viernes, 28 de octubre de 2011

El funcionario

El profesor debitaba su clase insensiblemente, con la rítmica monotonía de los años de actividad, que ya empezaban a ser muchos. Senén respiraba uniforme y vagamente inhalando gestos y miradas de los alumnos y expirando irónicos ademanes y cachazudos meneos de cabeza.
Los alumnos, a esas alturas de la clase, empezaban a dar muestras de fatiga y Senén ya sabía lo que debía hacer: acelerar insensiblemente el ritmo para lograr que la estimulación de las cabecitas se incrementase, lo suficiente para mantenerlos despiertos y en una alerta prudente hasta la campana del final de la clase. La clase retomó bríos y se alzó el constructo correspondiente, el que Senén tenía en mente para trasladar a sus discípulos. Porque Senén tenía discípulos, amén de alumnos. Era un maestro, además de profesor.
Como buen funcionario, Senén tenía muy presentes los tiempos, el tempo, de su labor. Y así veía cada vez más claramente acercarse la fecha de su ansiada jubilación. Cada vez más claro y perfilado, el día de autos desgranaba desde su futuro inapelable los flujos de conciencia alterada optimistamente que irisaban el rostro de Senén, cada vez más terso y nacarado, a pesar de su edad madura. La docencia empezaba a escindirse entre el presente de sus clases y el futuro, apacible y deseado de sus años dorados.
Y así, Senén divagaba, empezaba a divagar durante la hora de clase, se le perdía la mirada en balnearios y playas de pro, justo delante de los rostros de sus alumnos. Y la clase decaía, también apenas sin darnos cuenta, acumulándose el cansancio, tedio y falta de delectación que tanto ansiaban como una droga blanda sus discípulos. Empezaron las defecciones entre las filas del aulario, las cabezas se iban destacando entre huecos cada vez mayores. Senén no se daba cuenta todavía de la situación, con lo que técnicamente empezó a estar gagá. Los alumnos comenzaron el contraataque, con nerviosos bailoteos de bolígrafos sobre el pupitre y airosas miradas en dirección al docente con intención seductora. Senén no quería despertar, eso estaba muy claro, así que la cuesta abajo se abría en progresión acelerada.
El funcionario le había ganado la partida al maestro, lo que no era extraño si tenemos en cuenta que desde el sacerdocio egipcio los funcionarios se habían disfrazado con éxito de sabios, conscientes de que sólo la sabiduría silvestre, como es de rigor, representaba la última amenaza al estado aún incipiente. Y el mandarinato reinó por los siglos de los siglos. Ah! Y Senén se jubiló a su hora en punto y a partir de ese instante se dedicó a adoctrinar a los pajarillos del sotobosque y a los gusanos de arena, con el éxito consabido.

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