miércoles, 30 de noviembre de 2011

La bandada

 
La bandada se alejaba hacia el sol poniente. Pasaron sobre nuestras cabezas inmutables, atentos tan sólo a su vuelo en formación y a incógnitas sensaciones, seguramente. Nosotros nos quedamos mudos, expectantes, ante sus graznidos cada vez mejor perfilados por el suave sol otoñal de final de jornada. Raudos, proseguían con su conquista del sol. Para nosotros tal hazaña, grandísima, se diferenciaba en su trayectoria imperturbable, desmigándose a medida que se alejaban hacia el confín de la tierra. 
Proseguimos el camino, ya de retorno al hogar, impostado, pero hogar, que constituía el hostal que nos cobijaba durante aquel fin de semana extenso. Aprovechábamos cualquier resquicio de sensación natural o psicológica para imponer nuestro paso vencedor sobre los guijarros y los regueros de arena. Caminábamos sin fin, eso pensábamos constantemente, pero el final de la jornada se aproximaba y ya la cena empezaba a ocupar nuestras mentes, de nuevo burguesas. 
Los pocos días para pocos elegidos que éramos, se diferenciaban de nuevo, tornasolados ahora por las escasas luces que nos bañaban, todavía, antes de la nueva noche, ya tan próxima. Eramos héroes de nuestras propias gestas, gracias a dios, interiores y privadas, con lo que apenas molestábamos a nadie, fuesen compañeros o desconocidos. Ya nos encontrábamos a un paso de formar grupo, que era nuestro nombre conocido. 
Y en eso Raúl dijo, en alta voz, “¡Mirad!” y todos miramos y vimos aquello que vino y luego se fue. Ese era el juego al que jugaba la bandada, nuestro trasunto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario