martes, 13 de diciembre de 2011

El cremallera

“La utilidad del despecho”, vino en pensar Adolfo. Subrepticiamente, casi insidiosamente, el recorrido del pequeño cremallera transitaba por los intestinos del bosque, recortando a cada nuevo tramo una nueva línea de abetos. Adolfo miraba por la ventanilla, la mirada perdida en el verde oscuro del bosque. Era la primavera alpina y su mirada ardía, a ratos, junto con las llamaradas frías del cielo azul.
En ese instante, Adolfo era un corazón despechado, de amor perdido. De sobras conocía el valor de la templanza y era de espíritu práctico a la par que un punto ensimismado, pero a Adolfo hoy le podía su triste situación amorosa. Elena le había dado calabazas en la estación del valle y ahora ascendía solo a la cumbre. El trenecillo iba casi vacío a hora tan temprana fuera de estación. Compartía vagón con una joven de aspecto algo descolocado, agazapada tras sus lentes a través de las que se esforzaba en empeñosa lectura de algo que podría ser, por su grosor, bien la guía de ferrocarriles suiza, bien una novela-río.
Consecuencia de su despecho, su corazón era desdeñoso en ese instante, y su mirada no se detuvo más de un breve soplo de atención sobre la joven. El recorrido del tren proseguía con la imperturbabilidad de la corriente eléctrica aplicada a la locomoción. Hasta que, de repente, el tren cremallera se detuvo en medio del bosque. El silencio impregnó el ambiente, de un modo tranquilo, de buen humor campestre.
Y la joven de las gafas se sacudió el pelo, de un brillo y sedosidad aptos para aliviar al corazón más contrito, como era el suyo. De pronto el despecho se tornó inútil, y para Adolfo lo inútil era sinónimo de invisibilidad moral, de nuda inexistencia. Una joven bajó los escalones de su corazón mientras otra, simultáneamente, ascendía los peldaños. El tren se puso en marcha empujando a los dos pasajeros contra sus asientos. La mirada nada miope de la joven resbaló suavemente sobre el rostro de Adolfo, dejando un rastro riente. Adolfo le sonrió abiertamente y la joven respondió del modo que era costumbre en la época entre las jovencitas de su posición.
La cremallera se iba engranando al paso medido de sus corazones, ambos lo sabían. Y ahora la llegada a la cumbre serviría de excusa para entablar la consabida y aleteante conversación. Amor quedaba servido una vez más, esta vez a eléctricos impulsos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario