martes, 6 de diciembre de 2011

La bestia

El letargo acabó imponiéndosele al caballero andante. Durmió el sueño de los justos durante….el tiempo no cuenta, es materia indefinida en aquella esfera de la percepción, pero sí se puede decir que durmió durante mucho, mucho, tiempo.
Cuando despertó el dragón ya no estaba allí, dragón o bien hidra de muchas cabezas, que había fulminado en diestro combate.
La echadora de cartas tuvo un respingo y volvió a la realidad. Tenía a su cliente, expectante, delante de ella, y la contemplaba con cierto pasmo. Le había planteado una situación más bien anodina y no comprendía a qué tanto revuelo en su actuación, con espasmos, rictus y trance final. Sabía perfectamente que todo el proceso adivinatorio era una perfecta pantomima, urdida por la vidente para trincar a los incautos que pasasen por su gabinete, pero necesitaba sentir el aliento de unas palabras que debían ser dichas por alguien totalmente ajeno a su vida habitual.
“Su primo sanará, ya ha vencido a la infección”, dijo con media sonrisa de suficiencia y satisfacción, pues no era normal que tuviese visiones tan claras y rotundas como aquella.
Juan salió entre contrito y aliviado del domicilio de la adivinadora. Llovía y le pareció que la lluvia que le caía sobre la cabeza, desprotegida, le limpiaba de tantos males y quebrantos como había pasado durante los últimos dos meses. Sabía antes de entrar que su primo estaba fuera de peligro, los médicos se lo habían confirmado, pero él necesitaba, ya lo hemos dicho, oír la misma noticia de boca de alguien ajeno al hospital y a su vida que por entonces giraba en torno al hospital.
“Todo ha terminado”, pensó y se mesó el poco pelo que le quedaba, que, a la sazón, ya chorreaba. Cuando llegó a casa, su mujer al verle gritó “¡Pero cómo vienes! Ven que te seque la cabeza y cámbiate inmediatamente”. A partir de ese momento, Juan empezó a notar un carraspeo en la garganta, que poco a poco iba acompañándose de una respiración ululante, entrecortada de toses. “Vete al médico”, le dijo su mujer. El médico al auscultarlo lo mandó a urgencias, donde le diagnosticaron un neumotórax.
Lentamente, el caballero preparaba sus armas para el combate contra la infernal criatura, pero olvidó su mejor estoque, aquel que le servía tan bien, y, llegado el momento crucial, la bestia le abatió, reduciéndole a cenizas.
El letargo acabó imponiéndosele al caballero andante. Durmió el sueño de los justos durante…toda una eternidad.
 

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