El letargo
acabó imponiéndosele al caballero andante. Durmió el sueño de los justos
durante….el tiempo no cuenta, es materia indefinida en aquella esfera
de la percepción, pero sí se puede decir que durmió durante
mucho, mucho, tiempo.
Cuando despertó el dragón ya no estaba allí, dragón o bien hidra de muchas cabezas, que había fulminado en diestro combate.
La echadora
de cartas tuvo un respingo y volvió a la realidad. Tenía a su cliente,
expectante, delante de ella, y la contemplaba con cierto pasmo. Le había
planteado una situación más bien anodina y no comprendía
a qué tanto revuelo en su actuación, con espasmos, rictus y trance
final. Sabía perfectamente que todo el proceso adivinatorio era una
perfecta pantomima, urdida por la vidente para trincar a los incautos
que pasasen por su gabinete, pero necesitaba sentir
el aliento de unas palabras que debían ser dichas por alguien
totalmente ajeno a su vida habitual.
“Su primo
sanará, ya ha vencido a la infección”, dijo con media sonrisa de
suficiencia y satisfacción, pues no era normal que tuviese visiones tan
claras y rotundas como aquella.
Juan
salió entre contrito y aliviado del domicilio de la adivinadora. Llovía
y le pareció que la lluvia que le caía sobre la cabeza, desprotegida,
le limpiaba de tantos males y quebrantos como había pasado durante
los últimos dos meses. Sabía antes de entrar que su primo estaba fuera
de peligro, los médicos se lo habían confirmado, pero él necesitaba, ya
lo hemos dicho, oír la misma noticia de boca de alguien ajeno al
hospital y a su vida que por entonces giraba en
torno al hospital.
“Todo ha
terminado”, pensó y se mesó el poco pelo que le quedaba, que, a la
sazón, ya chorreaba. Cuando llegó a casa, su mujer al verle gritó “¡Pero
cómo vienes! Ven que te seque la cabeza y cámbiate inmediatamente”.
A partir de ese momento, Juan empezó a notar un carraspeo en la
garganta, que poco a poco iba acompañándose de una respiración ululante,
entrecortada de toses. “Vete al médico”, le dijo su mujer. El médico al
auscultarlo lo mandó a urgencias, donde le diagnosticaron
un neumotórax.
Lentamente,
el caballero preparaba sus armas para el combate contra la infernal
criatura, pero olvidó su mejor estoque, aquel que le servía tan bien, y,
llegado el momento crucial, la bestia le abatió, reduciéndole
a cenizas.
El letargo acabó imponiéndosele al caballero andante. Durmió el sueño de los justos durante…toda una eternidad.
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