lunes, 31 de octubre de 2011

El puzle suburbano

Rezongó y renegó de su promesa, luego salió dando un portazo. Fede se había comprometido con su vecino Paco a ayudarle a reparar el cercado de su casa. Acababa de tener una pelotera con Paco a cuenta de su mujer, arpía donde las hubiera que malmetía constantemente en la buena amistad que unía a Fede y a Paco desde hacía años. “Que se vaya a tomar por c… el cercado”, pensó convenientemente.
Camino de su casa, Fede se fue enfriando y arrepintiéndose progresivamente de sus palabras. Cuando entró ya había decidido desdecirse y ayudar a Paco. Era ésta una característica notoria del carácter de Fede: la inconstancia y también la ausencia de rencor. Así, podía ser razonablemente pragmático pues se adecuaba en tempo y forma a las modificaciones e inconstancias de la vida nuestra de cada día. “El problema va a ser Paco”, pensó Fede, ya que su vecino gozaba de un carácter opuesto en esa concreta cuestión. Paco era berroqueño, de una pieza y difícilmente contrariable.
Durante la comida, tiempo de asueto mental como siempre en casa de Fede, éste discurrió sobre tan peliagudo tema y tomó una decisión. Ya que no podía vencer al enemigo, se uniría a él. La mujer de Paco y él iban a ser uña y carne a partir de ese momento. El matrimonio de Paco era feliz y su dicha se fundamentaba en la absoluta unidad de pareceres entre su mujer y él, dado que Lucía nunca había tragado a Fede, no cabía la lubricación de la relación que sí distinguía a Paco y a Fede en su diario discurrir.
Trazó un plan de aproximación en círculos concéntricos alrededor de Paco y él mismo, atraería, pensó, a Lucía a cada nuevo paso hacia la cotidianeidad en común entre él y Paco. Y así procedió, poco a poco, sin vueltas extrañas, dando confianza a Lucía. Pronto Lucía fue aceptando la situación pues siempre había pensado que Fede le tenía ojeriza, sin saber bien por qué, y los halagos y finezas de Fede en este nuevo orden provocaban una respuesta inmediata de cordialidad y cada vez mayor proximidad. Lucía y Fede se hicieron inseparables, en la misma medida en que Paco y Fede se iban distanciando insensible pero firmemente.
Cuando Fede se dio cuenta de que la relación que Paco tenía con él era simétrica e inversa a la que tenía con Lucía, que siempre había sido así por necesidad de compensación homeostática de Paco entre las dos relaciones más importantes de su vida, ya no cabía marcha atrás. Estaba enamorado de Lucía y ella le correspondía. Así Paco se sentía doblemente traicionado, como cornudo en ciernes y como amigo. A Paco el mundo se le volvió del revés, como un calcetín y siendo de una pieza, no le fue difícil psicológicamente lograr que lo que había sido primordial en su vida hasta ahora dejara de serlo de un plumazo. Ignorando desenlaces mecánicos y previsibles de acuerdo a su carácter, se dedicó a tratar con cariño, ternura y asiduidad a Laura,, la mujer de Fede. Pero Fede sí que tenía un acendrado sentido de la propiedad, sobre todo afectiva. Y de consuno, el tiro de gracia partió de Lucía, haciendo saltar por los aires ese pequeño ecosistema que formaban en la urbanización, Fede, Laura, Lucía y Paco.  

viernes, 28 de octubre de 2011

El funcionario

El profesor debitaba su clase insensiblemente, con la rítmica monotonía de los años de actividad, que ya empezaban a ser muchos. Senén respiraba uniforme y vagamente inhalando gestos y miradas de los alumnos y expirando irónicos ademanes y cachazudos meneos de cabeza.
Los alumnos, a esas alturas de la clase, empezaban a dar muestras de fatiga y Senén ya sabía lo que debía hacer: acelerar insensiblemente el ritmo para lograr que la estimulación de las cabecitas se incrementase, lo suficiente para mantenerlos despiertos y en una alerta prudente hasta la campana del final de la clase. La clase retomó bríos y se alzó el constructo correspondiente, el que Senén tenía en mente para trasladar a sus discípulos. Porque Senén tenía discípulos, amén de alumnos. Era un maestro, además de profesor.
Como buen funcionario, Senén tenía muy presentes los tiempos, el tempo, de su labor. Y así veía cada vez más claramente acercarse la fecha de su ansiada jubilación. Cada vez más claro y perfilado, el día de autos desgranaba desde su futuro inapelable los flujos de conciencia alterada optimistamente que irisaban el rostro de Senén, cada vez más terso y nacarado, a pesar de su edad madura. La docencia empezaba a escindirse entre el presente de sus clases y el futuro, apacible y deseado de sus años dorados.
Y así, Senén divagaba, empezaba a divagar durante la hora de clase, se le perdía la mirada en balnearios y playas de pro, justo delante de los rostros de sus alumnos. Y la clase decaía, también apenas sin darnos cuenta, acumulándose el cansancio, tedio y falta de delectación que tanto ansiaban como una droga blanda sus discípulos. Empezaron las defecciones entre las filas del aulario, las cabezas se iban destacando entre huecos cada vez mayores. Senén no se daba cuenta todavía de la situación, con lo que técnicamente empezó a estar gagá. Los alumnos comenzaron el contraataque, con nerviosos bailoteos de bolígrafos sobre el pupitre y airosas miradas en dirección al docente con intención seductora. Senén no quería despertar, eso estaba muy claro, así que la cuesta abajo se abría en progresión acelerada.
El funcionario le había ganado la partida al maestro, lo que no era extraño si tenemos en cuenta que desde el sacerdocio egipcio los funcionarios se habían disfrazado con éxito de sabios, conscientes de que sólo la sabiduría silvestre, como es de rigor, representaba la última amenaza al estado aún incipiente. Y el mandarinato reinó por los siglos de los siglos. Ah! Y Senén se jubiló a su hora en punto y a partir de ese instante se dedicó a adoctrinar a los pajarillos del sotobosque y a los gusanos de arena, con el éxito consabido.

jueves, 27 de octubre de 2011

Elecciones

La noche de las elecciones, Camilo desvariaba. Siempre le ocurría, aunque siempre se prometía que sería la última vez. Como un orate, Camilo desgranaba resultados posibles, ficticios, de viva voz, cantarina, ante su ventana. No seguía la transmisión de los resultados por los medios al uso, sino que los pergeñaba de su caletre. Y Camilo no desvariaba más que en ese punto, pues sus augurios muchas veces coincidían con los resultados reales. Sabía conectar con el espíritu del pueblo, esa voz del pueblo que se expresa en las urnas como una mano sabia  y bien visible, orientando los hados políticos siempre cayendo del mejor lado posible, o al menos eso se decía siempre. Y era bien posible que hubiera un espíritu del pueblo que sumaba seguramente sólo lo que cada uno de los miembros de ese pueblo agregado a cada uno de los demás, pero no dejaba de ser una amalgama, una red que se tendía sobre las cabezas de todos y cada uno de nosotros. Y Camilo sabía pescar con esa red, las más de las veces.
-          Gol, gol de Ibarretxe! Gritaba urbi et orbe
-          Penalti, penalti, cuando se refería en un momento dado a Patxi
-          Falta de Basagoiti, refiriéndose al candidato a lehendakari del PP
Y así sucesivamente. Naturalmente las gestas políticas se presentaban en la voz recia de Camilo bajo la forma de hazañas futboleras. ¿Y qué otra manifestación continuada tenía la voz de la polis? La política era cosa de lustros, el fútbol de cada semana, de cada día si me apuran. La suerte de la polis se juega en los estadios, no en las urnas, o más bien las urnas refrendan la suerte de los estadios, las más de las veces.
Y la vecindad de Camilo generalmente se mostraba arrobada en balcones y ventanas escuchando la transmisión cuasi celestial por vía interpuesta en la voz del orate. A la luz de la luna se ganaban, y perdían, muchas elecciones.