jueves, 19 de enero de 2012

El velador enterizo

El velador se inclinaba peligrosamente hacia el borde de la mesita de noche con riesgo de caída inminente. Juan reposaba beatíficamente el cocido ingerido en la comida. El velador cayó con estrépito y Juan se sobresaltó. Afortunadamente no hubo roturas, ni siquiera de la bombilla que chisporroteaba un poco en señal de triunfo. Recogíó la lámpara con gesto cansino y decidió continuar su tan merecida siesta. Al poco entró en duermevela y soñó a ráfagas sin mucha hilazón sueños sin interés. Despertó sobrio, como le gustaba decir, esto es con la cabeza despejada y lúcido. Se orientaba en la habitación después de un esfuerzo considerable para situar mentalmente los muebles, aristas y recovecos de la alcoba en su cabeza. Juan se había quedado ciego.
Marisa, su mujer, entró en el dormitorio, quedamente, para no aturdir aún más el torpe deambular de su marido. Ya se iba acostumbrando a aquella situación, que fue dramática, como no podía ser menos, al comienzo. Y es que la ceguera no te deja opciones, como tantas otras enfermedades o avatares de la vida. Juan y Marisa se habían quedado sin juego por un tiempo, pero después se volvieron a barajar las cartas. Tenían espíritu de lucha y tiempo, mucho tiempo por delante.
El humor de Juan se alteró, sobre todo al principio, cuando volvió a la escuela a reaprender las cosas esenciales de la vida. Su instructor y él mantenían una buena relación. Para Marisa fue más fácil y más difícil al tiempo. Más fácil obvio es decirlo porque a ella no le afectaba la ceguera directamente pero más difícil también porque ella perdía pie poco a poco, y no de golpe como Juan, de su normalidad que iba alejándose a medida que se hacía cada vez más a la nueva vida con su marido.
En aquel momento se encontraban en un punto de inflexión, a poco que hicieran su vida se encarrilaría definitivamente, pero claro corrían el riesgo de quedarse en el camino y perder todo lo alcanzado hasta el momento.
Cuando Marisa oyó el ruido del velador cayendo al suelo, temió inmediatamente que Juan se cortara con los restos y su corazón palpitó con fuerza. Su primer impulso fue abalanzarse al dormitorio para impedir el accidente. Pero inmediatamente se contuvo y supo que tenía que dejar que Juan solventara el problema, un problema casero como tantos otros. Ese repensar de Marisa en un instante bifurcó definitivamente el camino a recorrer. A partir de entonces supo que Juan podía ser autónomo, valerse por sí mismo.
Y el velador, tan valioso de repente, ni siquiera se rompió.  

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