jueves, 12 de enero de 2012

La justa

El sentido se perdió en algún recodo del camino. Camino largo, recorrido a trancas y barrancas por el personal competente. Esa era la sensación predominante entre los componentes del tren de laminado. La acería resplandecía en la noche con fulguraciones pulsantes, rayos mudos en la lejanía. Desde el altozano frontero veían borrarse y volverse a constituir su unidad laboral. Era asombroso y al tiempo reconfortante, pues traía a cada cual, más o menos, recuerdos y vivencias de su quehacer diario.
Se había reunido aquel turno, después de la jornada de trabajo, para tratar el tema que a todos concernía pero a nadie se le representaba con la nitidez suficiente como para dejar de ser un problema ominoso y pesante.
Sabían de donde venían pero el sentido de su futuro se les estaba escapando de entre las manos. Siempre habían formado un equipo, sólido y bien trabado, que atendía las incidencias que se iban presentando en aquella larga marcha iniciada desde su incorporación respectiva hacia…¿hacia donde?
Se anunciaban recortes de plantilla por una reconversión generalizada de la siderurgia del país y sabían que a ellos les afectaría de manera palmaria. Nada podían hacer, decían los sindicatos, en cuanto al fondo del problema, es decir, cuanto tiempo de vida útil le quedaba al número todavía indefinido de bajas inminentes y futuras.
Pero quedaba la cuestión de la unión sagrada, de la trabazón segura del grupo como tal, que permanecería bien que reducido y laminado, valga la expresión. Así que ahí estaban, en la foscor de la noche iluminada por las pulsaciones del gigante colindante, que no dormía.
Cada uno aportó lo que mejor sabía para dejar memoria y constancia de que estaban ahí, y ahí seguirían, algunos al menos. Recomponer la unidad de grupo, se llamaba aquella maniobra. Para ellos era la constatación fehaciente del final de una etapa y del comienzo de otra, bien distinta.
Porque sabían, intuían, que la etapa dorada de la lucha sindical había pasado, y que a partir de la reconversión todo adquiriría un aire más plano y anodino, como de una grisura acerada.
Finalmente se confabularon en una mirada al unísono sobre la planta oscura y brillante casi al tiempo. Y esa mirada, parpadeante, fue como la respuesta al parpadeo rítmico y constante del gigante, un canal de comunicación establecido y roto casi al instante.
Todavía podían hablar de tú a tú con el leviatán.

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