lunes, 13 de febrero de 2012

El Armagedón

Se levantó y caminó en dirección al poste de teléfonos, dos pasos, tres pasos, ya estaba al pie del poste. Tenía una forma curiosa, le pareció al pronto. No sabía qué era, pero algo destacaba o fallaba en la estructura general de la pieza.
Descartó esa idea y comenzó a trepar, bien asegurado. El operario de teléfonos procedía una vez más a la reparación del tendido. En lo alto unos pajarillos danzaban alrededor de los cables, se sintió agradecido por el día y la soledad reluciente en que se veía envuelto.
Una vez en el suelo, cogió su caja de herramientas y caminó hacia su furgoneta. Estaba eléctrico realmente. Se sentía rodeado de un aura de energia y cuando se sentó ante el volante no le hizo falta echar mano de la llave de contacto, el coche arrancó. De camino a casa, notaba que su nuevo campo magnético alteraba los semáforos a su paso. Curiosamente, siempre se ponían en verde. No estaba muy sorprendido, sino fatigado por la jornada de trabajo.
Al llegar a su casa, las luces se encendieron sin que las prendiera y los electrodomésticos bulleron de vida sin más preámbulos. La televisión entre otros, claro, y se sintonizaba, oh casualidad, su programa favorito. Al lavarse los dientes, se creó un arco voltaico de notable belleza. Se acostó con el pelo erizado, le costaría peinarse al día siguiente, pensó. Y se durmió.
Tuvo sueños extraños y sobrevoló yermos y campos floridos.
Se despertó a la mañana siguiente y le saludaron a coro todos sus aparatos eléctricos. Le hablaban. Se había convertido en un hombre de metal. ¿Un robot?
Y cuando salió a la calle el sol estaba negro y llovía azufre. A él no le afectaba pues tenía una fuente de energia independiente, pero los mortales a su alrededor caían como moscas.
Una semana después, subido a un poste telefónico, echó de menos a los pajarillos gorjeantes, pero en cambio una miríada de aparatos eléctricos estaban con él, haciéndole compañía.

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