martes, 20 de marzo de 2012

O tempora...

Se recuperaba la red, los nodos iban escupiendo información y el sistema se activaba lentamente. En el centro de periodismo de Atlanta las pantallas refulgían y parpadeaban con las emisiones de las cadenas de los informativos mundiales. La hora H era a todas las horas del día, se emitía y recibía en continuo las 24 horas. Cuando no atacaba Europa o Estados Unidos, lo hacían Japón o China, si no Australia.
Alan se repetía este mantra una y otra vez a modo de ejercicio espiritual, o espiritista quien sabe. Redactor de la sección de economía, sus días últimamente flotaban entre malos datos de coyuntura y brotes verdes, pronto secos, (¿o acaso los liofilizarían?). Parloteaba sin cesar con Agata una becaria chilena de buen ver, peloteándose cifras y datos a cual más oscuro y romo. Pero tenían la misión como dos galeotes amarrados a sus bancos de la galera, de contribuir a la buena marcha del barco de las emisiones televisivas.
Y a fuer de verdad, no cejaban en el empeño, solícitos, casi amorosos con los brotes verdes que eran la verdadera noticia de aquella época, les estiraban las hojas, los regaban, hasta los abonaban con la mierda de otras noticias, menos positivas, más negras cual humus periodístico. Casi al mismo tiempo, a los dos se les ocurrió de repente que sería buena idea hacer excursus hacia otras noticias fuera del ramo estricto de la economía, y engarzar con sentido y tiento algún apunte de sucesos o de política general, más que nada por llamar la atención del espectador y contribuir de paso a la tendencia culmen de la época, la sopa calentita donde todo cabía y todo se mixturaba.
A sus jefes les gustó aquella innovación y pronto, a modo de microchips, entre dos noticias realmente económicas saltaba la liebre de un avión siniestrado o mejor aún de alguna historia personal relativa al suceso. La audiencia subió y la tendencia se extendió pronto a las noticias del corazón, con lo que las crisis cardíacas, se entremezclaron con la bolsa y los futuros.
Pronto, pensó Alan tendrían que vivir sus vidas de pobres periodistas en las ondas digitalizadas de la televisión y acampar sus cuitas, amorosas o de otra índole a la intemperie de la mirada de la audiencia, la cual, identificándose con nuestro vivir, acabaría por ser amoroso colchón de nuestros regocijos o penas amorosas, afectivas…

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