martes, 8 de mayo de 2012

Eva amada

El orden se derrumbaba sin remedio. Las vicisitudes por las que pasaban los hombres no eran sino penalidades y esfuerzos ímprobos. Sonaban ya los clarines del final de una era y el desconcierto era máximo.
Sujetando un par de columnas del templo de la Seducción, Eva lloraba por la muerte de sus amantes, vencidos en la batalla del tiempo. Ella podía llorar aún, pero no le quedaba ya mucho tiempo más. O bien mirado, sí. Septuagenaria, que no nonagenaria, le quedaban todavía unos veinte años de vida. Pero, ¿qué clase de vida? Sin pareja estable, la seducción y el sexo no parecían ya el camino trillado que hasta ahora transitase.
Estaban las residencias de mayores y los viajes del IMSERSO. Pero Eva picaba demasiado alto para todo eso. Los cócteles y saraos en embajadas y centros oficiales le cerraban las puertas a estos efectos, así como las recepciones en salones y fiestas varias. Que habían sido su coto de caza preferido en los últimos cuarenta y cinco años.
Eva comenzaba a desesperarse y se preparaba para el encierro más o menos solitario en sus propios salones y habitaciones al modo, quizá no tan dramático de la marquesa de Merteuil, pero sí en similar confinamiento. Y de repente, se dio cuenta de que la vida la había derrotado finalmente. Había perdido su vida. Concentrada en ese orden de pensamientos, poco a poco experimentaba una clara transformación., de ente material a ente espiritual puramente.
O por así decirlo, su inversión vital ya no se realizaría materialmente, o bien sólo residualmente. Asumiendo plenamente esas ideas y sensaciones, su espíritu, ella misma ya, se liberó de las ataduras de la carne. Y se convirtió en un espíritu libre. Ya no esperaba nada y todo le llegó por añadidura.

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