El orden se derrumbaba sin remedio. Las vicisitudes por las que pasaban los hombres no eran sino penalidades y esfuerzos ímprobos. Sonaban ya los clarines del final de una era y el desconcierto era máximo.
Sujetando un par de columnas del templo de la Seducción , Eva lloraba por la muerte de sus amantes, vencidos en la batalla del tiempo. Ella podía llorar aún, pero no le quedaba ya mucho tiempo más. O bien mirado, sí. Septuagenaria, que no nonagenaria, le quedaban todavía unos veinte años de vida. Pero, ¿qué clase de vida? Sin pareja estable, la seducción y el sexo no parecían ya el camino trillado que hasta ahora transitase.
Estaban las residencias de mayores y los viajes del IMSERSO. Pero Eva picaba demasiado alto para todo eso. Los cócteles y saraos en embajadas y centros oficiales le cerraban las puertas a estos efectos, así como las recepciones en salones y fiestas varias. Que habían sido su coto de caza preferido en los últimos cuarenta y cinco años.
Eva comenzaba a desesperarse y se preparaba para el encierro más o menos solitario en sus propios salones y habitaciones al modo, quizá no tan dramático de la marquesa de Merteuil, pero sí en similar confinamiento. Y de repente, se dio cuenta de que la vida la había derrotado finalmente. Había perdido su vida. Concentrada en ese orden de pensamientos, poco a poco experimentaba una clara transformación., de ente material a ente espiritual puramente.
O por así decirlo, su inversión vital ya no se realizaría materialmente, o bien sólo residualmente. Asumiendo plenamente esas ideas y sensaciones, su espíritu, ella misma ya, se liberó de las ataduras de la carne. Y se convirtió en un espíritu libre. Ya no esperaba nada y todo le llegó por añadidura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario