Pedro
soñaba con volar a Croacia y dormitar en una playa semi-desierta, a
ser posible. A Nacho le hormigueaban la nariz y las meninges a
propósito de otra nariz, la de la Gran Esfinge. Curro revoloteaba
mentalmente por el Tirol y aledaños. A qué seguir, la variabilidad
de ansiedades, deseos e ilusiones del personal en relación con el
tema vacaciones, era tan amplia como dilatada la tropa.
Pero
aquel año, había decidido el jefe, se cerraba en agosto, lo que
contentaba a unos e indisponía a otros, más o menos por igual.
Egipto, por ejemplo, quedaba relegado ad calendas graecas. El Tirol
OK. Ya contritos, o bien contentos, todos comenzaron con los
preparativos de la gran vacación anual. Se respiraba un ambiente
raro en la oficina, mezcla de ansiedad por la proximidad del evento y
relajación por sus consecuencias. Nadie añoraba desde luego otra
atmósfera mental. Pero, curiosamente, nadie parecía demasiado
conmovido tampoco.
Las
cosas se mantuvieron a medida que se acercaba el 1º de agosto. La
noche anterior a la salida, casi todos sufrieron algún problema de
sueño, las vueltas en la cama se empezaban a contar, los
pensamientos rumiatorios se acrecían. Derrotados pero contentos
amanecieron los veraneantes, pues ya ésta era su condición, el
primer día de agosto. Todos se encaminaron a la oficina de Sueños y
otras Imposibilidades, que estaba bien céntrica.
Aquel
día el programador central de cielos había estatuido nuboso con
claros en toda la macroesfera. Poco a poco, tras rigurosa cola, se
fueron adentrando en las oquedades dispuestas al efecto para los
soñadores, ilusos y alucinados, como eran tradicionalmente
denominados los usuarios de aquella oficina.
Y,
conectados al sistema mediante ondas bidireccionales empezaron a
soñar, a alucinar con sus destinos elegidos. La sensación era
óptima, lástima que debido a las restricciones al uso, la
utilización de aquellos simuladores se restringiera a una vez al año
como cuando antiguamente, en la Tierra, los países occidentales
acordaban vacaciones para sus trabajadores. Y el cupo de vacaciones
se agotaba, pues la Sala del Suicidio Inducido funcionaba a pleno
rendimiento para aligerar personal, y carga a la macroesfera. ¿Qué
hubieran dicho los sindicalistas de antaño?
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