martes, 12 de junio de 2012

El hombre enfermo

Recuerdo que era tarde…¿demasiado tarde? Quién podría decirlo…yo no, desde luego. El hombre se giró, volviendo la espalda a los problemas, ya quizá insolubles, y comió frugalmente.
Aquellos días Ricardo se escapaba del trabajo para intentar solventar alguna de sus cuitas. Así, tiraba por el camino del medio más de una vez, y de dos, hasta que acabó llamando la atención de sus jefes. Sus compañeros hacía ya mucho que veían a Ricardo perdido en sus mundos, como decía Gutiérrez. Acabaron por darle un toque de atención y se vio de pronto llevado en volandas al médico. Tras un test de memoria y otras pruebas, el diagnóstico fue claro, incipiente Alzheimer.
Ricardo soportó el trance con entereza y convicción en su calidad de enfermo. No rehuiría el rótulo que le imponían, pero tampoco se rendiría fácilmente a la impertinencia de la enfermedad rampante. Intentaría una maniobra de escape, ser un enfermo de Alzheimer para poder reírse de su enfermedad…Mientras pudiera. Y así comenzó a llevar en los bolsillos hojas de papel con las tareas del día, una agenda pormenorizada del censo de sus días. La consultaba frecuentemente menos cuando encontraba tiempo para sí mismo, como él llamaba a sus periodos de ausencia. Hacía a veces comentarios estrambóticos, pero su interlocutor no acababa de saber si se encontraba ante el Alzheimer o no, porque culminaba la jugada con un trompo irónico o sardónico que desarmaba la construcción entera.
 Estuvo perdido varios días, vagando por la ciudad, cuando volvió dijo que la ciudad era una fiesta. Ricardo sigue en ensoñación suspendida desde hace algún tiempo. Nadie sabe cuando despertará.

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