lunes, 23 de julio de 2012

El pesebre viviente

 
Manteniendo enhiesta la composición, el pesebre gigante se disgregaba y se volvía a coordinar insensiblemente, siguiendo los movimientos naturales de los personajes que no siempre acertaban a mantener el tipo. Esa Navidad, las figuras vestían irreprochables, los adornos eran acordes con la orientación general de la representación, y las estructuras se mantenían, altivamente plantadas.
María y José, centro de aquella esfera humana, habían correspondido este año a Pili, la pescatera y a Fabián, el mozo del almacén de Don Andrés. Casaban bien, y ya las lavanderas murmuraban que harían estupenda pareja. Indiferentes al trajín del rumor, ambos contribuían eficazmente al mantenimiento general del Oficio.
Los Reyes Magos se acercaban insensiblemente al portal, con sus ofrendas tradicionales. La mirra de este año era sospechosamente blanca y polvorienta. Y Baltasar la custodiaba con mil ojos perdidos en fuga por los alrededores. Cuando la policía emprendió la Operación “Niño Blanco”, decidió darle la mayor resonancia mediática posible, cosa que no era difícil dado el entorno de la operación.
Uno de los perros policía se dedicó a olfatear meticulosamente la entrepierna del niño mientras Baltasar perdía su turbante al ser arrojado a tierra y una nubecilla blanca espolvoreaba a los más cercanos a la escena del crimen. La canallesca avisada por un soplo estaba al acecho, y cámaras en ristre, grabaron y retransmitieron el final de la Navidad del barrio a todo el país.

No hay comentarios:

Publicar un comentario