lunes, 10 de septiembre de 2012

Modelo para armar

Se dispararon dos tiros en el aire de la mañana. Cada uno partió de uno de los oponentes en el duelo. Ninguno de los dos dio en el blanco. Quedaba zanjada la liza. El honor se había lavado entre olor a pólvora quemada.
Richard y Jérémias se dieron la mano, un fuerte apretón y se aprestaron a reunirse con sus respectivos padrinos. El aire de la mañana olía bien, a espliego y tomillo, aquella primavera que ya despuntaba.
Richard se apoltronó en el asiento del coche al tiempo que el cochero hacía restallar el látigo. Emprendían el regreso a la ciudad. La ciudad Luz, la ciudad de los sueños y los, a veces, amargos despertares, de la buena vida para algunos y del penar en el duro trabajo para la mayoría. Pero era una ciudad alegre y confiada en la hora de la plenitud de la Tercera República, laica y liberal.
Ya comenzaba a despuntar la torre, la estrafalaria torre de la Exposición Universal, pronto símbolo inconfundible de aquella ciudad. Richard se dijo que debía emprender una vez más la ascensión a lo alto de la torre, en ritual que se repetiría incansablemente hasta su muerte.
Era un aficionado a los mapas y planos, especialmente a aquellas vistas simuladas desde la altura, en escorzo y París se parecía cada día que subía a la torre a una ciudad de ensueño, ella misma su propio plano, a escala 1:1.
Comprendemos que Richard era joven y tenía todavía bonitas ensoñaciones y fantasías plenas de color. París era uno de sus elementos de juego fantasioso más amenos. Porque París era un juego que aún había que terminar de montar.

1 comentario:

  1. a partir de ahora va a resultar mucho más fácil publicar comentarios

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