sábado, 19 de septiembre de 2015

Un apunte de vida urbana

El remolino crecía absorbiéndolo todo a su paso. ¿Sería éste el titular del periódico del día de autos? Jaime recordó otros momentos en que le pareció desfallecer, eran tantos, restringió la búsqueda a los últimos meses, más resaltados. Se dio cuenta de pronto del estado de semi-inconsciencia en que se hallaba por el tenor de estos pensamientos. ¿Pero qué iba a ser público y publicado su suicidio? O su caída a los abismos del remolino...¿de su vida?
Jaime se incorporó y vio a lo lejos, a través de la ventana, el tren que cruzaba el camino de las siete y media. ¿Y a qué hora me acosté? No lo recordaba con claridad. Sólo sabía que la tarde anterior, deambulando con Juan, habían desarrollado un psicodrama en el cual él se llevaba la peor parte. Juan se había marchado tan ufano a hacerse una tortilla a las finas hierbas, había dicho. Y Jaime volvió a su casa con ganas de engullir la parca despensa de su hogar para rellenar el vacío que le había dejado la conversación.
Cuando se pesó en su báscula, como todas las mañanas, ¡albricias! ¡Un kilo menos! Regalos como aquel no caían del cielo todos los días...Su humor cambió repentinamente, recompensado por el destino y el metabolismo. Amarró ese estado a pensamientos positivos y salió de casa hacia el trabajo con el libro de relatos en la mano. Digna lectura para un viaje en metro, pensó.
Y se adentró en la boca de fauces bien abiertas. “El tubo digestivo de los infiernos”, y él saldría expelido en su estación correspondiente. Se concentró en la lectura y alcanzó a terminar un relato. Con media sonrisa en los labios emergió a la vida exterior de aquella plaza deslavazada.
Ahora llegaba lo mejor, seguramente, de la jornada, el dulce tránsito a través de las zonas avaramente ajardinadas, en la mente del urbanista, pero que le dejaban un muy grato sabor de boca. Saludó mentalmente a los gatos, los árboles, los pájaros de varias clases que se sucedían en pocos metros. Cuando entró en el recinto, el remolino enjundioso más próximo se hallaba a cientos, cuando no a miles de kilómetros de allí. No se volvió para no oír cantar a todos los pájaros a coro el dies irae.

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