miércoles, 28 de septiembre de 2016
El recuadro en la ventana enmarcaba un paisaje de tejados y desmontes
del centro histórico de la ciudad. Había trazado ese marco en la ventana
para obtener una miniatura, que le daba toda la vida de que era capaz
su mundo liliputiense. Los Viajes de Gulliver acechaban desde la
estantería y dirigían, imaginación mediante, todo el cotarro. Al
servirse una taza de café no pudo dejar de notar que toda la ciudad,
cuando menos, se había achicado al tamaño de una hormiga. Y que las
altas voces de su pensamiento eran las únicas altas torres en esa
tierra.
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