El letargo
“Siempre es uno”, se camelaba Victoriano a sí mismo
mientras deshinchaba la rueda de la bicicleta. Seguro de caminar
equilibrado, contuvo el aliento al imaginar la proeza de atravesar sobre
un alambre las cataratas del Niágara. Sí, siempre era uno mismo en las
ensoñaciones tan frecuentes en las que se recreaba sin rebozo espiritual
alguno. Porque Victoriano vivía para soñar despierto y no concebía otra
vida que la vida soñada. Era un experto durmiente que programaba meticulosamente sus sueños -y alguna pesadilla- con talento de regidor.
Esa rueda...era un elemento discordante en la bien rodada vida soñada
de Victoriano. Daba largos paseos en bicicleta recorriendo siempre los
mismos barrios y andurriales de la ciudad. Pero la rueda trasera empezó a
enflaquecer, a ganar en flaccidez. Y por más que la revisaba, la
cámara, recauchutados, presión de aire adecuada...no lograba ya pasear a
gusto.
Victoriano, hombre de hábitos bien marcados, no concebía
que el mundo le opusiera una resistencia notable. Su regularidad en los
asaltos del combate de boxeo que era la vida le salvaba de ser noqueado y
su agilidad, cultivada mediante la versatilidad soñadora, le libraba de
duros golpes. Por eso le parecía que la rueda le tomaba el pelo.
Exactamente, eso. La rueda se había propuesto desprogramarle la vida. Y
Victoriano sabía que aquello no lo podría solucionar deshaciéndose de la
rueda. Eso sería postergar, diferir el problema que la rueda
representaba o simbolizaba, encarnizadamente. Todavía seguro de sí
mismo, Victoriano soñó con la rueda. Preparaba sueños poliédricos, de
escenarios en espiral ascendentes o descendentes, pero siempre
manipulándola.
Creía sinceramente que, puesto que la vida es sueño,
los sueños hacen a la vida. Pero día tras día, la rueda seguía dándole
problemas. Victoriano vivía solo casi desde que empezó a soñar
despierto, desde su juventud. Se llegó a preguntar si la rueda no sería
un reflejo de su vida de la que hábilmente había logrado despejar
cualquier oportunidad de vivir en pareja.
Sí, la vida podía estar
devolviéndole los golpes que en solitario no le había podido propinar, a
través de un Otro que era un objeto, no una persona a la que pudiera
apartar de su lado. Empezó a soñar con ruedas antropomórficas, una
suerte de Venus-Michelin. De la noche a la mañana empezó a sentir
predilección por las mulatas del barrio. Victoriano casi nunca se había
fijado en las mujeres. ¿Le habría llegado la hora?
Seguro de sí
mismo, Victoriano comenzó a frecuentar cierto boliche que era el
predilecto de las gentes de color. Ya no era joven pero todavía se
conservaba en una forma física aceptable. Acostumbrado a sostener
diálogos ingeniosos y llenos de chispa fantaseando con los más variados
interlocutores no le costó mucho pegar la hebra con cierta hembra que
por allí rondaba.
Todo lo demás es pan, amor y fantasía. Ciertamente Victoriano había triunfado.
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