La
luciérnaga se asomó al mar sin fondo del pozo del patio. El joven
Víctor la miraba con mal disimulado rebozo. No tendría más de seis años
cuando sus padres le condujeron a la ciudad de Madrid, en el séquito de
José Bonaparte. Los días promisorios del nuevo reinado acompañaron la
breve estancia, conjugados con la tragedia que arrastraba la situación
vital en que se encontraban. No creo que le quedase al escritor Víctor
Hugo mucho de aquellos días matritenses, pero sí que se llevó consigo,
de retorno a Francia, la luz en su mirada de aquella luciérnaga, asomada
a tales abismos.
domingo, 27 de noviembre de 2016
jueves, 24 de noviembre de 2016
Una
vida plena de nada
Un
amigo me preguntó qué creía que era, “un cuasi fantasma”, le
respondí yo, “porque no llego a ser espíritu puro”. Pero me
consideraba un cuasi muerto en vida durante buena parte de mi edad
adulta.
Eso
ha pasado, a Dios gracias, y ahora me considero un ente de carne y
hueso, y saliva y sexo. Pero durante los últimos quince o veinte
años me enclaustré en mis habitaciones y llevé a cabo ritos de
rigurosa dictadura metronómica.
Ir
y volver del trabajo, salir lo menos posible de mi casa, dormir mucho
y soñar poco, comer frugalmente y distenderme en soledad, que al
principio fue pesarosa pero después se fue haciendo más y más
armónica.
La
experiencia de la madurez...que me ha llevado a vivir en la nada
durante eones, con eras glaciares incluidas y algún que otro
recalentón climático. Pero la nada ha sido mi más perfecta
compañera de viaje.
La
nada como muchas de las travesías de “2001, una odisea en el
espacio”, película esta en que se paladea, se degustan los mil
sabores de la nada, aderezados de una leve historia que la reboza.
Otro
apunte biográfico: nací a la vida real en ocasión del visionado
del estreno en 1968 de esa película de Kubrick. Recuerdo
perfectamente que mi padre me llevó en coche a la sesión matinal de
un cine del centro de Bilbao.
Cine
cómodo, de butacas amplias y acogedoras y cinerama o cinemascope o
algo así. Yo tenía seis años y toda una vida por delante. No sabía
naturalmente, que esa vida había de estar plena de nada.
No
sólo de nada vive el hombre, normalmente se acompaña en su decurso
de angustia, que psicológicamente es su correlato. Viví desde la
adolescencia instalado en esa angustia que me llevaba de aquí para
allá, baqueteado como en un tranvía antiguo.
Y
llené la nada de adicciones que se me iban vaciando en vértigos
angustiosos. Era un constante reponer y perder, rellenar y vaciar.
Agotador ciclo vital que empezó a decantarse llegados prácticamente
a mis cuarentas.
Y
la nada se hizo hogar y cobijo y mantita para dormir la siesta bien
arropado. Empezó a cursar con mucho aburrimiento, el correlato de la
tranquilidad de los intranquilos de espíritu.
Poco
a poco, decantándose con los años y la experiencia vital, la nada
se fue haciendo tan habitable que, de tan mullida insonorizaba por
así decir, los embates del aburrimiento. Y pasó a hacerse estado
del espíritu, venciendo a la angustia.
La
nada como relleno del alma fue mi respuesta durante cerca de una
década a las demandas vitales y espirituales de mi entorno. No
concebía ya otra salida para mi vida, el tiempo se detuvo y mi cara,
milagrosamente, no se llenó de arrugas.
Sólo
muy recientemente, como ya dije, empecé a superar ese estado de
hibernación, sosiego y parálisis, todo en uno que me acogió y
moldeó mi vida entera durante tanto, tantísimo tiempo.
Pero
este decurso de extremos rigurosos es sencillamente el epítome de un
estado de cosas, vitales y espirituales, que de tan común y
corriente nos resulta ya anodino y gastado en sí mismo.
En
efecto, la nada se ha ido convirtiendo en el relleno de la muñeca
que nos han proporcionado para nuestro juego y deleite en este mundo.
Se manifieste de la forma que sea, se travista como sea, es la cifra
y señal de la civilización en nuestros días.
La
nada y la angustia, por supuesto. Que son la mayor parte de las veces
acompañantes inseparables, diióscuros implacables. Todo el siglo XX
ha estado marcado por la angustia existencial.
El
siglo XXI, por lo poco que llevamos, parece encaminado a representar
esa segunda etapa ejemplificada en mi propia nada, la del
aburrimiento y posterior mullido acomodo acogedor.
Las
redes sociales son un magnífico ejemplo de esa nada sublimada en
experiencias virtuales, sobredorada de ricas pompas de jabón
psicológicas. Es la nada que empieza a desperezarse del bostezo del
aburrimiento.
O
quizá, por mejor decir, el aburrimiento que muestra su lado más
alegre y sociable, por así decir. Porque hay mucho aburrimiento
condensado en las redes y destiñe en ingeniosidades y gaps verbales.
Pero
la entera maquinaria de la vida humana en sociedad, conforma el
recorrido riguroso de unos engranajes que, a cada muesca, dibujan el
aburrimiento y la soledad, bien que quizá magníficamente
acompañada.
La
soledad es la otra cara de la moneda de la nada y de la angustia.
Todavía nuestros contemporáneos no saben, en su mayor parte,
manejarse adecuadamente con ella, pero seguramente todo se andará y
aprenderán a convivir con esa entidad.
Que
no es sino la supuración, como vengo repitiendo, del estado
espiritual y anímico más corriente de nuestra época. Cada vez más
gente vive sola o mal acompañada. Una familia es quizá, hoy en día,
corrientemente un compendio de soledades.
Pero
no hay que dudar que como les ha ocurrido a ejemplares individuales
como es mi caso, le ocurrirá al conjunto de la sociedad en un plazo
más o menos breve.
Lo
que no acierto a atisbar es si la sociedad del postrero siglo XXI
llegará a despertar del arrullo algodonoso en que se habrá
convertido su nada para revivir, resurgir a la vida y despertar de
nuevo, esplendorosa.
Lo
único que nos queda es el tiempo, finalmente. Tiempo que se nos va y
tiempo en el que nos quedamos ya por siempre jamás. No sabemos si
hallaremos la salida del museo en que se va a a ir convirtiendo
nuestras vidas.
Pero
en cualquier caso es perfectamente posible, y viable, que así sea,
en un futuro más o menos lejano, aquí o quizá ya en Marte o en
alguna luna de Júpiter.
Imaginemos
el desperezarse legendario de un minero en una base en algún
asteroide, a la espera siempre de noticias de la Tierra y que, cierto
día, se da cuenta de que su espléndido aislamiento es el caldo de
cultivo ideal para una planta: la vida.
Su
propia vida renacida y poderosa, ramificada de nuevo en esplendor y
colorido de rica paleta primaveral. Quizá la estación espacial esté
programada para vivir una primavera perpetua.
Quizá...Seguramente
abandonaremos el nihilismo a lo largo de este nuestro siglo y
aspiraremos de nuevo la flor de la perennidad vital y espiritual, con
aromas intensos y fragantes.
Como
sólo lo fueron alguna vez en el pasado. Sí, ese pasado que todavía
acoge nuestra memoria histórica, que no vital, y que nos ofrece
ejemplos de vidas que fueron plenas y gozosas.
¿Sabremos
disfrutar sin retención de líquidos espirituales? Ojalá.
lunes, 21 de noviembre de 2016
Quiso la historia musical que el nombre de Ana Magdalena Bach pasara
asociado al cuaderno de obras del maestro que armase con tanto mimo para
encauzar y propiciar los rituales diarios de la familia. Ana, su
segunda esposa, morirá pobre, desposeída y atendida por los vecinos,
pero siempre tendrá un asiento, a la diestra del dios Bach padre, por
todas las ocasiones en que tocase al clave su música. El gran hormiguero
en el que vivimos se encuentra al final de las huellas de pisadas sobre
la nieve de la memoria colectiva, una de las cuales se va desmigando
poco a poco a los sones de la música que contiene el Cuaderno de Ana
Magdalena Bach.
domingo, 20 de noviembre de 2016
El Minotauro sueña en su laberinto que se ve reflejado en un espejo y se
reconoce como hijo del rey Minos. Asustado, al despertar busca en la
oscuridad de su recinto y encuentra, pues tiene bien aguzados los
sentidos, un hilo que corre por el suelo. No sabe ahora si está soñando o
está despierto. ¿Importa acaso? Piensa en Teseo y Ariadna y no los ve
partir, enamorados. El Minotauro calla, porque no tiene voz, y recorre
su laberinto. Juega en silencio al juego del laberinto y siempre gana
porque está enfermo. Y la sangre de las doncellas de Atenas no le
aplacará.
viernes, 18 de noviembre de 2016
martes, 15 de noviembre de 2016
En
época napoleónica, Arago fue uno de los componentes de la expedición
que intentaba medir una parte del meridiano de París, que pasa por
Barcelona, y se encontró metido de hoz y coz en las redes del
bandolerismo hispano. El mismo Arago, años después, puso en ridículo a
un marino, en el Instituto de Francia, que afirmaba haber visto olas de
20 m. El sabio pontificó que no podía haber olas de más de 7 u 8
metros...Del mismo modo que Arago hizo mal aplicando a la ciencia el sentido
común, ¿actuó mal años antes en España cuando aplicó la ciencia a
ámbitos que debían estar regidos por el sentido común? Quizá sólo nos
podría responder el espíritu de Napoleón, propiciador último de tal
partida científica, pero este se dejó envenenar en Santa Elena (lo
podemos conjeturar), para dejar que el bandolerismo de Estado campara a
sus anchas. La ciencia, esta vez química, y el bandolerismo otra vez
estrechamente unidos...
domingo, 13 de noviembre de 2016
Deus sive natura, Dios o la Naturaleza, que decía Spinoza. ¿Es esta una
consecuencia, un siglo más tarde, de la percepción de Montaigne? Este
afirmaba que había que vivir pensando constantemente en las posibles
muertes que nos acechan a cada instante. De la muerte pronosticada al
aplacamiento de la muerte por ejemplo rezando a la Naturaleza. Porque el
Dios cristiano llama a la muerte pero el aparente panteísmo de Spinoza
la aplaca, disolviéndola en la madre natura. Son reverberaciones,
resonancias que unen en un mismo hilo a dos pensadores.
sábado, 12 de noviembre de 2016
La lava manaba fluida del cráter del Kilauea y se derramaba lenta y
constantemente por sus laderas. Contemplado a distancia prudencial, se
dejaba comparar al pensador contumaz y persistente que deja rebosar sus
pensamientos hasta llenar el ambiente y contraponerlo de una tacada al
volcán de tipo vesubiano, por ejemplo, de erupciones violentas, y que
vendría a representar al jugador del ajedrez ideacional que encadena
combinaciones constantes hasta alcanzar la victoria -o derrota- final de
su pensamiento. Afortunadamente, se dijo el observador, estoy en Hawai y
no en las antípodas de mi razonar.
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