martes, 15 de agosto de 2017

La temporada se abría con un Sibelius de los primeros tiempos, para luego seguir con Schumann y Brahms. Ese verano, el festival no tenía los oropeles de otros años. La crisis económica se manifestaba en apuros de los patrocinadores y alguna que otra velada crítica a la orientación de la programación. Las orquestas más importantes titubearon ante el panorama que se les ofrecía. Sólo el prestigio acendrado del festival les impulsó a subir al cartel. ¿Qué pensaban los directores, los técnicos, los empleados? E la nave va...

Sin embargo, la soirée de apertura fue pródiga en pequeños acontecimientos que presagiaban un buen fin. Teníamos entre las manos el devenir próximo de la pequeña ciudad que nos acogía y que vivía en un 75% de los réditos de nuestro festival.

La afluencia de público fue buena, casi exagerada para los tiempos que corrían y el intendente general se frotó las manos.

No cabía otra loca esperanza sino otra noche de música. Y se oía, se oía en el sordo rumor del río.
Bachlein, bachlein (riachuelo, riachuelo)...¿quién demonios se olvidó de programar "La bella molinera"?

Pero el rumor del riachuelo prosiguió, incontable como el agua.

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