jueves, 14 de diciembre de 2017

En Bizancio, Verdes contra Azules, la lucha continuaba y parecía eterna. Los colores de los equipos rivales en el Hipódromo eran como una maldición para los habitantes de la ciudad.
Los áurigas, héroes o villanos según el caso, reinaban sobre masas imbatibles de seguidores que deliraban en perpetuidad salvo cuando asistían al reparto gratuito de trigo que beneficiaba sólo a los habitantes legítimos de la capital imperial.
Así se hacían imbatibles, comiendo trigo sin germinar, el pan de la victoria.
Y el recorrido por la elipse del Hipódromo se convertía en una suerte de traición constante al Imperio, pues, vuelta tras vuelta, se simboliza el perfecto encierro de sus habitantes. El Imperio es el futuro invertido.
Un escenario fiel a la decadencia, plasmada por ejemplo en las rutas de acceso a la capital, calzadas que sólo están empedradas durante unos kilómetros desde la salida de la ciudad.
El resto del camino, como el Imperio todo, es polvo y arena que oculta, eso sí, magníficos mosaicos.

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