domingo, 14 de enero de 2018

Más ligero que el aire, más pesado que el aire...Discusión perenne entre los estudiosos y partidarios de la aviación en el entresiglo del XIX al XX. En efecto, había quienes, como el conde Zeppelin, ponían sus miras en los globos o contenedores de gases más ligeros que el aire y experimentaban, suspirando a veces:
- (Mirando a través de la ventana a los predios cercanos a su casa de campo). La tensión emocional es grande, Roberto.
- Pero, conde, sabe hacer sus cálculos.
- El error siempre es posible, y en este caso, un error de cálculo sería fatal.
- Sí, dijo Roberto, tentándose los pantalones.
- No quiero más errores...dijo el conde Zeppelin, impulsando su mirada a través de los cielos brumosos.

Aquella tarde, el dirigible número... se elevó en el aire y recorrió perfectamente el trazado previsto.
- Vamos por el buen camino, Roberto.
- Sin duda, conde.
El reguero de humo de la combustión del motor manchaba los cielos.
- Es el futuro. Y trazó con sus dedos una derrota imaginaria pero plausible para un futuro prometido.
- Os recordarán los tiempos venideros, conde.
Y el conde, se rascó el mentón y enlazando cielo y tierra con la mirada, dijo: ¡Alemania, por encima de todo!
Eran tiempos fatales para la lírica, aunque aún no lo sabían los poetas.
Y el enésimo modelo de Zeppelin avanzó lentamente, sin compás y acompasado por su motor.

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