sábado, 7 de julio de 2018







El grito del eremita en las Fiestas del Orgullo

Vivo en una ciudad, Madrid, que tiene como fiestas mayores extra-oficiales, a los actos de las Fiestas del Orgullo Gay.

Es con mucho la celebración más concurrida de la ciudad, con cerca de dos millones de personas en sus actos centrales.

Actualmente, el Orgullo es una borrachera continua, de cinco o seis días de duración, concentrada en el fin de semana, de viernes a domingo.

Es de hacer notar un paralelismo con los Sanfermines, que como cada año caen por las mismas fechas, dando el pistoletazo de salida del verano.

Si el Orgullo es una continua borrachera, los Sanfermines son una orgía continuada, con componentes míticos y simbólicos asociados a la heterosexualidad, mientras que el Orgullo, obviamente, se nutre del manantial homosexual.

Si se tira una línea recta en el mapa que una Madrid con Pamplona y se tiende, se tensa, se resquebrajarán todas las costuras de la piel de toro en una sucesión de fiestas y saraos a lo largo de todo el verano.

Es de remarcar lo estúpido de este comportamiento colectivo. El bajo nivel cultural del Orgullo se manifiesta en todas sus sesiones.

La música que se escucha desde los diversos escenarios que colman el barrio de Chueca, epicentro de las fiestas, es cansinamente repetitiva de un modelo, de un estado de cosas que se ha quedado congelado en el tiempo.

La gente que acude a esos actos se pirra por las canciones emblemáticas de los 80, 90 y muchas veces anteriores. Sin ninguna llamada a la renovación del espíritu de los tiempos.

Es muy sintomático que el Ayuntamiento de la ciudad no programe alguna actuación estelar, de alto nivel internacional, durante las Fiestas del Orgullo.

Otro ejemplo que se podría dar del bajo nivel cultural asociado a los eventos es que ningún museo o sede cultural ha programado exposición alguna con los exponentes del arte con connotaciones homosexuales de la historia.

A nivel personal, como residente en los aledaños del barrio de Chueca, la sensación es de asedio permanente durante el Orgullo, que se acentúa especialmente el fin de semana.

La fauna y flora del lugar, haciendo acopio de fortalezas exteriores, reúne a un variopinto plantel de gays, fundamentalmente, ornamentados y en estilización forzosa hacia el ridículo más oprobioso.

Gentes que en sus lugares de origen jamás pensarían en ataviarse de tal guisa balan y gritan por las calles del barrio en una suerte de compensación psicológica de todos sus males y rencillas de fondo de armario que les atormentan habitualmente.

El panel de chuequíes ilustres, que no ilustradas se acompasa estos días al gran rito del Contagio.
Pues las Fiestas se programan de forma tal que resulta imposible saber cuando se produjo el hecho relevante, y cuando de síntomas se pasó a diagnóstico.

En el río que nos lleva de la placentera borrachera, se produce el ¿ansiado? intercambio de fluidos con el consiguiente acceso al rito del Contagio.

¿Quién teme al estado seropositivo en esta pequeña y mediocre bacanal? ¿Quién se ampara del futuro del Sida en estos campos de Agramante sexuales?

Me da la impresión que, año tras año, los mismos concurrentes, supervivientes y nuevos reclutas, se dan el santo y seña de la enfermedad, como mot de passe que les permite acceder al flujo de Baco.

Es una forma de relacionarse como otra cualquiera, y que asegura grandes dosis de diversión y jolgorio, inanes, eso sí, durante las Fiestas del Orgullo Gay.

Y mucho después también, y mucho antes. Pues los asistentes se preparan a conciencia durante semanas, si no meses, para los ritos orgiásticos de acceso a la felicidad etílica.

¿Algún fermento político, alguna connotación moral que permita rebaja con agua clara el grado alcohólico de las Fiestas?

Ya no existen en Occidente motivos de reivindicación colectiva como motor de cambio de la sociedad.

Como ejemplo, valga el Orgullo. La comunidad Lbtgihjkmñopn x 2 pi r, no tiene ofertas atractivas para su público fundamental, el gay.

Los derechos colectivos ya están adquiridos y cada vez mejor fundamentados. Sólo cabe avanzar individualmente, mejorando con esfuerzo y tesón para lograr tener una vida mejor y, si cabe, algo más feliz.

Pero eso contradice el espíritu de las Fiestas, que es ramplón y colectivo, de grandes rebaños de ñus azorados porque no saben distinguir, como en el chiste, el tronco del árbol del cocodrilo al acecho.

No hay lucha siquiera por el poder festivo pues, como vengo repitiendo, todo se diluye en un río de alcohol que nos lleva, de aquí para allá, y de Atocha a Colón (recorrido de la manifestación).

Sólo nos podrían salvar las carrozas del desfile en que se ha convertido la marcha del Orgullo Gay.

Así, retornando a mi persona, hoy podría, en lugar de haberme encerrado en casa, haber salido a desayunar a mi lugar preferido, una franquicia de tapas y raciones, en la que seguramente hubiera encontrado instalada una gran carroza virtual con todos sus componentes saludando a voz en cuello y risas histéricas, a la concurrencia del local.

¡Líbreme Baco! A quien haré sobrias libaciones un día -o una noche- de estos.


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