jueves, 23 de febrero de 2012

Maldita eternidad

Reunión en el psiquiátrico. El jefe médico y su equipo dirimen en la sala de juntas la evolución de algunos casos, especialmente los más añosos y cronificados. Es una reunión de mero trámite, bien lo saben, pues esos casos raramente evolucionan favorablemente, más bien todo lo contrario, en su caso. Así pues, no flotaba en el ambiente la tensión que podía propiciar batallas mejor encaminadas.
José, prácticamente estaba en el balneario, levitando interiormente hacia destinos más sabrosos y mordientes, hacia el Caribe. No se le notaba demasiado, como al resto de componentes del equipo, poniendo cara de circunstancias al escuchar perorar al jefe. Este tenía a gala exponer reiteradamente la historia de cada caso, de sobra conocida por todos los asistentes. Y así, un ambiente mortecino y relajado se extendía plácidamente por la sala, lo que, a esas horas de la mañana convenía especialmente a la tranquilidad espiritual de los acólitos. José mordisqueaba un lápiz al estilo de alguna fruta tropical que vagamente recordaba de algún viaje más o menos lejano.
 De pronto la voz aguda del jefe médico les indicó que era hora de prestar alguna atención a su discurso. Llegaban al punto álgido de la reunión, que también se aprovechaba para temas de personal: las vacaciones de verano. De repente, una catarata de exabruptos, vahídos, flujos incontenibles de verbosidad, colmaron la paz del lugar. José desde luego quería, como todos, las mejores fechas para su próximo viaje caribeño. Había que maniobrar con cuidado porque la nueva jefa de enfermería, se había revelado como una arpía de marca mayor y podía pisarle las fiestas. Pero, para gran sorpresa de José, estaba intentando negociar sus vacaciones para…¡noviembre! No había cuidado, esta vez todo estaba arreglado, tendría su Caribe a la temperatura y la hora del huracán exactas.
De pronto José recordó a José, su tocayo y paciente de muchísimos años, residente permanente. Pensó en qué Caribes mentales andaría metido, y de los que no saldría ya quizá nunca. ¡Qué suerte! Confinado en el paraíso…y por un instante se le pasó por la cabeza que el infierno y el paraíso sólo se diferencian en el transcurso del tiempo: el paraíso no dura, el infierno sí.

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