martes, 30 de octubre de 2018

La criogenia quizá no nos permita nadar y guardar la ropa, pero sí que, al bajar la temperatura, nos hace soñar un sueño eterno, tan antiguo como los dibujos animados de Mickey Mouse, y si no, que se lo pregunten a Walt Disney.

sábado, 27 de octubre de 2018

A mayor sensación de molestar, con la menor molestia objetiva, mayor lucidez mental. O bien mayor estado de neurosis. Escoja usted si es que no es coja. Lo que está claro es que un mayor retorcimiento del alambique no garantiza una mejor destilación.

martes, 23 de octubre de 2018

Los problemas se pueden resolver por disolución y aspersión. Para la primera fase, hay que milimetrar la dosis de disolvente, porque si no, se puede ir la felicidad también por el desagüe. Para la segunda fase, basta con abrir el grifo del agua.

jueves, 18 de octubre de 2018

El presente es la sombrilla del futuro. Le da la sombra que necesita para que prosperen los champiñones de la incertidumbre.

lunes, 15 de octubre de 2018

Reforzar los arbotantes es la señal de que la catedral está a punto de sumergirse en el olvido.

domingo, 14 de octubre de 2018

 
Confesión

La situación atmosférica vital amenaza galerna religiosa. Siento que puedo desarbolarme fácilmente, a poco que mis creencias sean zarandeadas en una u otra dirección.

¿Habrá llegado el tiempo de mi conversión, de mi caída del caballo camino de Damasco?

Supongo que mi deriva va a ser mucho menos dramática que todo eso. Pero siento desde hace un tiempo que voy bogando en una dirección más determinada.

Durante años fui un anti-teísta furibundo e intransigente. Prueba de ello es parte de mi Breviario de claridades, libro de aforismos filosóficos no publicados. Y algo de eso hay también en Salvavidas para un instante, mi libro de aforismos literarios.

Más adelante, fui dulcificándome con el paso de los años y la pérdida consecuente de flexibilidad motora y quién sabe si cognitiva.

Ahora, siento que no estoy tan alejado de ciertas afinidades religiosas católicas, siempre que no me sean presentadas de forma dogmática.

He de reconocer que siempre, desde niño, tuve una debilidad por lo religioso impropia de mi racionalismo intelectual oficial.

Asistía a misa desde los últimos bancos, en la parroquia cerca de mi casa, Santa Gema. Eso fue cuando tenía once o doce años, y fui durante bastantes domingos antes de volver derrotado por mi propia inanidad.

Mis padres no son religiosos, y yo no recibí una educación religiosa. Bueno, hice la primera comunión, pero después nada y así sea. No volví a pisar una iglesia desde los seis años hasta los once.

Mi afición por la música clásica me condujo, naturalmente a la escucha frecuente de Misas, Motetes, Tedéums y Oratorios. Pero tomaba la cuestión religiosa a beneficio de inventario. Era música y punto.

Cuando de tanto en tanto entraba a una iglesia, convento, monasterio o capilla, en visita turística, no dejaba de sentir cierta paz espiritual, tan propia de esos lugares. Pero yo siempre la asociaba a la nada interior que me conforma.

Y vertía esa nada en las alturas, para lograr un trasunto de infinitud celestial y religiosa. Como si el hombre existencialista fuera un dibujo o un mapa de los accesos a las puertas celestes.

Como decía mi tío Diego, yo siempre fui un homo religiosus. Aun a pesar mío.

Y hora es ya de ser un poco más consecuente, y empezar a redirigir mi espíritu hacia regiones más proclives con esa tendencia mía.

El hombre sin atributos está empezando a encender velas por la salvación de otros y la recuperación de la salud moral y no moral de quienes, empezando por mi mismo, corren riesgos vitales por el duro hecho de vivir la vida, día a día.

sábado, 13 de octubre de 2018

Un hospital es un contenedor de tiempo. Un gigantesco reloj de arena que va vaciando la vida contemplativa del buen paciente ingresado por un lado, y que se va llenando por el otro de los retazos y jirones que se va dejando (el mismo paciente). De suerte que la resultante es cero, el equilibrio. Así, el hospital es una inmensa campana de cristal que aísla a su contenido del exterior, alcanzable solo por unas pequeñas puertas de cristal automáticas. Válvulas de vacío perfecto, que sirven para expulsar al sano y recibir al nuevo ingreso. Pero el tiempo del hospital es el de un vals interminable.

sábado, 6 de octubre de 2018

El sudor del final de verano nos prepara para los catarros, resfríos y constipados de cambio de estación, que son, a día de hoy, las señales más fiables de la llegada del otoño meteorológico, que ya casi nunca coincide con el astronómico. Esperamos a la vuelta de la esquina, el recuerdo vírico y bacteriano de nuestros cuerpos ancestrales, que nos han constituido y ya no son, pues las cepas mutan de año en año. No nos resfriamos dos veces en el cuerpo que nos mueve. Somos nómadas de nuestros cuerpos, y así, un año más.

jueves, 4 de octubre de 2018

Dar el pistoletazo de salida para cualquier evento o condición lleva a una profecía autocumplida, puesto que la muerte siempre detiene la bala (si apuntas bien, amigo asesino). Y así, siempre volvemos a alguna casilla de "salida" (sea en este, o en cualquier otro Universo que tengas a mano).

miércoles, 3 de octubre de 2018

Las puertas que separan al recinto del hospital del exterior son la linde entre dos mundos: el del tiempo de baile, de vals lento, como no, y el mundo sin amparo de la calle nuda. Dentro, el cálido y confortable aleteo del enfermo interno en sus ensimismamientos, y fuera, el tráfago atroz y despiadado. La luz lechosa y la luz acerada. Las puertas...¿de algún infierno o del Infierno sin más?
El recuento de las bajas en la batalla no se pudo llevar a efecto, ya que no había autoridad arbitral neutral dado que la legación de la Cruz Roja izó por equivocación el pabellón suizo y nadie de aquella comisión se pudo sentir amparado pues dio la casualidad de que ningún ciudadano suizo formaba parte de aquella delegación.