miércoles, 30 de septiembre de 2020

Internarse, p. ej. en una selva o en un hospital, es dejar una superficie - social - conocida para adoptar otra en la que puedes dejar fácilmente de hacer pie. Como su nombre indica, te conviertes en un interno, lo que te impedirá seguir siendo mediopensionista de tus días. Profundamente, y siempre hacia abajo, llegarás con suerte a hacer pie en un fondo sólido lo que te permitirá remontar hacia la superficie y, quizá, recuperar el pulimento, a modo de espejo pulido o capa de hielo, sobre el que deslizarte otra vez sin ruido en la normalidad. Porque el internamiento implica muchos ruidos - también rugidos - de un sinnúmero de crujir de huesos y rechinar de dientes, fanales sonoros que te guían en las profundidades. Con suerte, y con tiempo suficiente, atravesarás la selva y cumplirás tus prescripciones médicas, y se abrirá ante ti una puerta para invertir - ¿o reinvertir? - el flujo del motor que te ha impulsado en la travesía y partir, poniendo el contador a cero, para un nuevo paseo guiado por la normalidad. Y de esta forma puedes contar, y contarte a ti mismo, tu vida, sin un peso excesivo de rutinarios renglones. La receta es sencilla: atrévete a internarte. En la foto, un ejemplo de internamiento de media barriga, o baño de asiento.

jueves, 17 de septiembre de 2020

La posmodernidad y el humanismo Vivimos tiempos de la posmodernidad. Nuestro mundo es más líquido que sólido, como lo caracteriza entre otros Zygmunt Bauman. La posmodernidad, o la modernidad líquida, como se prefiera, tiene como consecuencia dos notas características adicionales. Nos asentamos predominantemente en el ámbito de lo público y nuestro mundo está “lleno”. Lo segundo deriva fácilmente de lo líquido. Un líquido tiende a ocupar todos los intersticios y oquedades de un espacio determinado. Tiende a colmatarlos plenamente. Lo primero tiene que ver con la colmena humana, el recinto en el que habitamos, cuya metáfora principal son las redes sociales e Internet en general. En efecto, vivimos públicamente una gran cantidad de horas al día, mediante nuestro ensimismamiento en las redes e Internet. En realidad, se trata de una indiferenciación progresiva y sistemática de lo público y de lo privado. Al modo de los insectos sociales, la privacidad empieza a carecer de sentido. Nuestro yo, nuestra conciencia está inmerso, en comunión solidaria, con otras muchas conciencias, en una red invisible que recorre y da plenitud al mundo. Se podría confundir nuestra situación actual con el reino del narcisismo pues nuestra visibilidad social es indirecta y de sentidos múltiples, al modo del Narciso que no ve más allá de su espejo y que transpone su mirada reflejada al conjunto de sus relaciones sociales. Pero en realidad, la clave de la cuestión está en la resocialización infinita del yo. Nuestro yo, o nuestros yoes, pues el camaleonismo indefinido es una nota predominante de la vida en la colmena humana, oscilan y resuenan con fuertes vibraciones junto al resto de conciencias que fluyen solidariamente en nuestras redes. Nuestra conciencia ya empieza a carecer de sentido fuera de ese río vivificante y fecundo que conduce a todas sus conciencias en comunión. Es una nueva forma de “estar” en el mundo que se va abriendo paso progresivamente sin detención ni prisa. La posmodernidad en la que vivimos ya no tiene callejones sin salida. El cul-de-sac que carecía de sentido, propio de los tiempos modernos, y que conducía directamente a los estallidos revolucionarios, ya no está en vigor hoy día. Precisamente por el carácter líquido de la posmodernidad. El líquido que va colmatando la oquedad, va rebosando de los cuellos de botella y supera los codos de las tuberías por las que va siendo conducido. Esto conlleva la imposibilidad de construir, puesto que no hay destrucción posible. La díada construcción-destrucción ha quedado desactivada. Y, si no hay construcción – de la realidad –, tampoco hay temporalidad estrictamente hablando. En efecto, el tiempo humano se construía, era la escala de medida de la realidad en marcha. Es como si tiempo y eternidad se enlazaran en una suerte de perennidad. La colmena es eterna, y cada uno de los insectos sociales que la conforman también, pues derivan su ser de esa totalidad encapsulada en la que habitan. El hombre es un ser temporal naturalmente, pero también es un ser de eternidad pues es el único animal capaz de abismarse en la contemplación de la divinidad – el único morador de la eternidad –. Así, el hombre es, precisamente, siempre lo ha sido, la intersección del tiempo y de la eternidad. Y, en ese sentido, la posmodernidad es el más grande humanismo que haya recorrido la faz de la Tierra, cargándola de arrugas y surcos a su paso. Su pathos y su esencia se adaptan como un guante a la esencia del ser humano viviente. Esa particular relación con el mundo que da el tiempo específicamente humano, repito, conjunción de tiempo y eternidad, se ha hecho habitable y no conflictivo en la era de la posmodernidad líquida. Pero no cantemos victoria tan pronto. Sólo estamos en los inicios de una nueva era y los retos serán enormes hasta instalarnos confortablemente en ella.