martes, 4 de agosto de 2020

En Salamanca, la de la piedra bruñida y dorada, la de los cielos tenuemente teñidos de nube y, al atardecer, de gloriosas puestas de sol, pero contenidas, que no se olvide que somos castellanos. Pues hasta los viajeros que allí recalamos lo somos, aunque sea de refilón y como quien no quiere la cosa. Al borde del Tormes, río humanizado, tranquilo, como un meditabundo personaje para nada mitológico, sino muy de andar por casa y entre verdores. Los perros han gozado, y nosotros con ellos. Bruno se ha tiznado (siento tener que decirlo, pero a mi me recuerda a un aborigen australiano), Yanko ha nadado con muy buen estilo, haciéndose unos largos y todo. Bruno, en cambio, de pensamiento menos altanero, se ha remojado la barriga, pero eso sí, con una sonrisa de oreja a oreja. El diálogo de la vida nos ha entretenido y nos ha acunado, llevándonos de aquí para allá, casi sin sentirlo, pues, como bien debéis saber, los perros son de pies ligeros...No nos hemos perdido, nos hemos encontrado un poquito más todavía, y a pie firme, lo rubricamos en foto. Ya sé que yo no llego a medio Woody Allen (ni a un cuarto), pero el soplo de vida que me atraviesa (todavía) me hace frecuentar la compañía de otros más grandes, más sabios y mucho más libres que yo. Buster, el pequeñín de la foto se coló de rondón y participó en todos los juegos, valiente y atrevido, no puedo decir lo mismo de mi foto con los perros, pero ellos hacen como si no pasara nada, y ¿sabéis?, me hacen sentir que valgo la pena. La imagen puede contener: perro y exterior La imagen puede contener: perro, exterior, naturaleza y agua La imagen puede contener: 2 personas, personas de pie, perro, exterior y naturaleza La imagen puede contener: perro y exterior