martes, 28 de agosto de 2018







“El deseo viste de verde” o el aliento cálido y fugaz de una mujer

“No hay notas, hay pentagramas”, este dictum que bien podría haber proclamado el insigne Juan Sebastián Mastropiero, me recuerda que la sinestesia no es una leyenda urbana.

Y que la buena combinación de música y literatura, por ejemplo, ha dado y dará, grandes frutos.
“El deseo viste de verde”, de Ana Bustamante, podría ser un ejemplo, si no de mezcla de sensorialidades, sí de engarce de buenos dibujos en el aire con volutas de...humo de cigarrillo?

La autora de esta recopilación de relatos sabe deshacer los intríngulis de la madeja femenina, y bien que lo sabe...

A estas alturas de principios de siglo no es mala cosa, no, no lo es, declarar a una autora como conocedora del decurso y devenir de las andanzas del deseo femenino.

Una forma breve de conjunción -¿cópula?-. Eso es para mi este libro de relatos.

Y, ¿quién lo dice? ¿Quién se atreve a declamar semejante prosa, si no poética, si poetizada?

A mi, si me lo permitís, Ana Bustamante me recuerda a una nueva Scheherezade.
Sí, una Scheherezade que le cuenta mil y un relatos a un sultán innoble y vilmente machista.

¿No sentís la cadencia de su respiración entrecortada cuando Scheherezade le cuenta?

(¿No será quizá tu respiración, apreciado lector?)

La forma se ve sutilmente aderezada por arabescos y contornos deliciosos al paladar, al tacto, al oído...

Hay tanto que leer en “El deseo viste de verde” que me atrevería a pediros que lo releyerais, aunque sólo fuera mientras estéis rumiando su primera lectura.

Sereno mar de delicados efluvios y evanescentes placeres envuelve cada caramelo expresivo con que Ana Bustamante nos deleita.

Avanza con valentía por el camino del deseo femenino hasta arrojarnos, en muchos momentos -repito-, en brazos de un cruel y acerado pretendiente de nuestros sueños.

Porque ese es el gran momento de Ana Bustamante, la creación de un tercer ojo, el del malvado, que nos mira y sabemos que se refocila ante nuestro propio goce.

El sultán nunca fue mejor servido. Y el lector fiel puede dar fe.

viernes, 24 de agosto de 2018

Ilusionarse es volver a vivir...lo que todavía no se ha vivido. El placer de la repetición.

jueves, 23 de agosto de 2018

La probabilidad de ser humano aumenta a medida que aumentan las carambolas que son las interacciones humanas, en un número ingente de mesas de billar sincronizadas.

domingo, 19 de agosto de 2018





La verdad no puede estar ensimismada

Añadidos en la sopa de letras de las ficciones vitales que sorbemos diariamente, hallamos verdes verdades y tiernas mentiras.

Saber qué nos representa mejor, así en la vida como en el trasiego vital visto desde la perspectiva del que pasa la vida como quien no hace nada concreto, puede resultar complicado.

La verdad y la mentira...Siempre nos han dicho que se instilan en delicadas proporciones. A ver cuanta verdad admites en tu vida, no sea que te quiebres...dice la sensatez de las comadres.

¿Pero quién regula la sucesión de las dosis de la pócima? ¿Somos nosotros mismos o hay algún regulador externo?

En principio, siendo seres sociales, es normal que la colmena que habitamos sea un regulador general de las condiciones de verdad en que nos situamos.

Y también, a nivel microsocial, cada una de las interacciones que mantenemos tiene a regular, de un modo u otro, el nivel basal de la verdad y la mentira que consumimos y que expelemos.

El mundo de nuestros afectos nos envuelve como un blanda concha que deje traslucir la verdad y la mentira en sus proporciones adecuadas.

¿Y qué papel nos queda a nosotros? ¿Pero, somos, acaso, algo, fuera de nuestro ser social?

Nunca estamos solos porque siempre arrastramos nuestra educación y nuestras experiencias más nítidas con los otros.

Así, si fuera posible ser, nosotros solos, nos encontraríamos quizá ante un dilema presentado bajo la forma de qué palabra y qué frases decirnos a nosotros mismos.

O lo que es lo mismo, qué verdad y qué mentira nos contituyen.

No somos, realmente, puesto que no podemos responder fiablemente a esta cuestión.

Lo que sea verdad y lo que sea mentira son los modos de conocer nuestro mundo que no podemos alcanzar a conocer.

Son las condiciones de posibilidad de la colmena y no tanto de cada uno de sus insectos.

Siendo pragmáticos, la verdad será, por ejemplo, el conjunto de procesos y condiciones que permita llenar de miel la colmena.

Y la mentira, lo que conduzca al vacío y oquedad de la colmena.

De este modo, retornamos a la matriz, a la simiente de nuestro deseo y poder, a la continuidad de nuestro ser.


viernes, 17 de agosto de 2018

- Los bovinos regurgitan, no resucitan.
- Quizá sea ese el secreto.
- El secreto? Para qué?
- Sí, para ser cristiano, o para ser romano...

martes, 14 de agosto de 2018

El regalo atinado es como un viento que acaricia las sensaciones. El regalo que no atina sopla en los oídos una arena confortable, la que sirve para pulir las dejaciones propias con el menor roce posible, un roce bien educado.

sábado, 11 de agosto de 2018

Era ante todo laico, se echaba sus sueñecitos y al despertar siempre nacía; nació tantas veces que se tuvo que despertar del sueño de las reencarnaciones. Transformado en Buda laico, el insomnio no le atormentaba, sólo le hacía lloriquear un poco de tanto mantener los ojos abiertos. Moraleja: un Buda no puede matricularse en un colegio laico y republicano pues dañaría las instalaciones con tanta humedad destilada.

jueves, 9 de agosto de 2018

Le miró fijamente...y se despertó. Ese podría ser el final del cuento de nuestras vidas (si hubiese alguien para contárnoslo, naturalmente).

martes, 7 de agosto de 2018

Durante la guerra fría, se daban consejos de autoprotección en caso de crisis nuclear. Así, se recomendaba, por ejemplo, esconderse debajo de una mesa en caso de ataque nuclear. Lo que es una buena muestra de que a veces se toman los medios por los fines.

miércoles, 1 de agosto de 2018

"Pegaso" vuelve a ser poco a poco, insensiblemente, un animal mitológico y no una marca de camiones (española). Es un ejemplo, de los pocos, del progreso puesto al servicio de la poesía.