sábado, 29 de julio de 2023

El verano está acabando... Si yo siguiera las constelaciones de mi infancia debería decir ahora eso. Sí, recordáis los tres meses de vacaciones escolares? Cuando llegaban a su fin era una pequeña hecatombe, valga la, pequeña, contradicción. Pues ahora yo me hallo en una tesitura semejante. Ayer fue mi último día de vacaciones. Sí, el lunes comienzo el curro. Métro, boulot, dodo...era el mantra popular en el París de los ¿50?. Metro, curro, piltra...la rutina diaria, la gran rutina diaria. A mi, que queréis que os diga, lo que me asusta es el metro. Ese invento infernal, como un aquelarre a lo Julio Verne, un tubo sin ventilación expuesto a todos los miasmas, un catafalco ambulante. Exagero? Bueno...soy, a veces, excesivo. Al otro lado de ambos extremos del tubo la vida se prodiga en sus dos vertientes, laboral y de ocio. Mi trabajo es tranquilo, adocenado y renqueante. Y se hace en un suspiro. Mi ocio es el de los sacerdotes egipcios. Interminable y caudaloso como el Nilo. Pero entre ambos está el vaso comunicante... Si yo fuera rico, iría todos los días al trabajo en coche conducido por un chófer. Pero, maravillas de la ilusión, no lo soy. Así que, prepárese el inframundo, que allá voy!

martes, 18 de julio de 2023

He viajado este fin de semana en tren de alta velocidad entre Madrid y Barcelona. No viene al caso a cuento de qué. Me ha servido para comprobar, una vez más, que el trazo fino de la organización social española sigue en buena forma. Un viaje así pone en tensión varios elementos que engarzan otros tantos subsistemas del nodo de trasvases de materia y energía entre puntos geográficos distantes. Hablando llanamente, cómo moverse por el país sin mayores sobresaltos. Creo que es una buena prueba de la salud estructural de la nación porque afecta transversalmente a varios escenarios principales. Madrid y Barcelona siguen siendo los dos polos mayores de España. Su relación mutua es profunda, muy diversa y sosegada. No hablo de la superestructura sino de la infraestructura, en términos viejunamente marxistas. España es un país bronco y arisco que guarda sus caricias y suavidades bien debajo de la manta. Pero ahí están para quien quiera levantar ni siquiera una puntita.

jueves, 6 de julio de 2023

Hace unos días tuve mi primera experiencia con RMN (resonancia magnética) debido a un posible pinzamiento del nervio cubital del brazo izquierdo. Fue una experiencia que paso a relataros porque, en mi día de planta de interior supuso un pequeño cambio. Llegué al hospital en tiempo y a la hora. Me orientaron amablemente hacia la sección de radiología y me senté en la sala de espera correspondiente. Para entretenerme leí con atención el mensaje que corría por la parte inferior de la pantalla donde se mostraban los turnos. Era bastante largo y hacía referencia, ¡cómo no!, a la Covid. Pensé en los tiempos duros de la pandemia pero no con la suficiente intensidad como para alterarme. Muy poco después me llamaron y pasé al sector correspondiente. Me recibió un enfermero o auxiliar que me introdujo en la compañía de la máquina. Después de despojarme de metal no lo suficientemente precioso como para constituir un botín, atisbé la máquina que no me pareció impresionante. El muchacho me hizo colocar en posición geriátrica. Me explico. Las piernas dobladas y algo elevadas hacia el exterior de la boca del monstruo. Llegaba con opiniones encontradas, como es habitual en cualquier materia humana. Pero me había quedado con las noticias o advertencias más optimistas.No iba con miedo. Cerré los ojos y empezó el ritmo trepidante de disco (bum, bum) que hizo que me relajase más. Tenía el brazo izquierdo en posición no muy cómoda pero conseguí mantenerlo quieto toda la sesión. En un momento dado, abrí los ojos, como iba sin gafas, creí ver como un velo color arena, para nada desagradable. Volví a cerrar los ojos el resto del tiempo. Enseguida entró el muchacho y le dije "¿ya está?", "¿quieres más?", respondió. Me molestaba un poco el brazo. No supe qué responder y me entró la paranoia de si el magnetismo feroz al que había sido sometido habría alterado los equilibrios sutiles de mi interior...Desde que llegué a la sala de espera hasta que salí del hospital no había pasado más de media hora. Estupendo! Al encaminarme a la puerta pasé por un puestecillo donde vendían cupones del Sorteo de Oro, creo,, de la Cruz Roja. Me entró un impulso adquisitivo y le pregunté a la mujer que atendía cuanto era. Me dijo, "5 euros". Le dije que no sabía si llevaba efectivo y abrí ostentosamente el monedero para mostrárselo vacío. "Lo siento", y salí. Me encaminé hacia la parada del bus de la línea 1 un poco recostado sobre mi mismo para evitar que los demonios que merodearan por mi brazo izquierdo se despertaran. El bus llegó pronto y tras un breve recorrido enfiló la Gran Vía, en cuyas inmediaciones vivo. Era gozoso, protegido como iba en las entrañas del elefante-bus, contemplar la vivacidad de la calle, poblada principalmente de comercios que venden objetos y servicios que se considerarían de poca monta hace treinta o cuarenta años, que es la época de mis referencias culturales, y que hoy en día son considerados el culmen de la "modernidad". La gente, en paños menores veraniegos, no era una amenaza desee el bus y era agradable mirarla. Yo ya no miro, solo columbro desde la flor de mi vejez, pues no soy apasionado. Bajé en mi parada y pleno de la luminosidad de primera hora del atardecer madrileño subí a mi apartamento, de donde, creo recordar, no salí hasta el día siguiente.Repito que, desde mi perspectiva de planta de interior, esta es una experiencia digna de ser mencionada. Así que sed indulgentes con este viejo que habla y habla para no decir nada.