martes, 19 de junio de 2012

Síndrome post-vacacional

Vuelve la ira, vuelve el ardor de estómago, la bilis, el malestar general, el dolor de cabeza impenitente. Angel flameaba y se estableció un cordón sanitario a distancia prudencial.
La hidra de siete cabezas se cobraba una víctima tras otra en los intestinos y los nervios de Angel. Este se transformaba poco a poco en un ciborg de pensamientos ajenos y sentimientos propios, y se engrandecía a ojos vista, convirtiéndose en un peligro mayor.
El desdichado no sabía que era poseído por un ente llamado síndrome postvacacional, que le reconcomía. Al contrario, se sentía fuerte y poderoso, con ganas de tumbar al más pintado. Dio un mandoblazo y cayó la pila de expedientes de su mesa, producto del trabajoso esfuerzo de los últimos días. Federico y otros trataron de controlarle, pero era tarde: el mecanismo, impertérrito, no tenía vuelta atrás.
Tendrían que esperar a que se desatara completamente la tormenta perfecta de la hiel. Al cabo de dos o tres horas, el proceso colapsó y restableció a Angel en su ser.
Este, que no sentía hacía ya demasiado tiempo las transiciones de su estado, se dirigió indolente a sus compañeros y, dicharachero, empezó a narrarles con pormenores las vicisitudes de sus vacaciones de verano.

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