miércoles, 30 de septiembre de 2020

Internarse, p. ej. en una selva o en un hospital, es dejar una superficie - social - conocida para adoptar otra en la que puedes dejar fácilmente de hacer pie. Como su nombre indica, te conviertes en un interno, lo que te impedirá seguir siendo mediopensionista de tus días. Profundamente, y siempre hacia abajo, llegarás con suerte a hacer pie en un fondo sólido lo que te permitirá remontar hacia la superficie y, quizá, recuperar el pulimento, a modo de espejo pulido o capa de hielo, sobre el que deslizarte otra vez sin ruido en la normalidad. Porque el internamiento implica muchos ruidos - también rugidos - de un sinnúmero de crujir de huesos y rechinar de dientes, fanales sonoros que te guían en las profundidades. Con suerte, y con tiempo suficiente, atravesarás la selva y cumplirás tus prescripciones médicas, y se abrirá ante ti una puerta para invertir - ¿o reinvertir? - el flujo del motor que te ha impulsado en la travesía y partir, poniendo el contador a cero, para un nuevo paseo guiado por la normalidad. Y de esta forma puedes contar, y contarte a ti mismo, tu vida, sin un peso excesivo de rutinarios renglones. La receta es sencilla: atrévete a internarte. En la foto, un ejemplo de internamiento de media barriga, o baño de asiento.

No hay comentarios:

Publicar un comentario