miércoles, 13 de mayo de 2015

La soledad es el estado adusto del hombre. Siempre trabaja, desde la individualidad, y trascendiendo los pesares que nos puedan embargar, por la felicidad y el reconocimiento (caso de no ser síntoma de un estado de depresión). Desde los ángeles que nos sobrevuelan, trabajando en soledad, se repliegan a tierra firme los sedimentos que alimentan nuestro ego y los de los que nos rodean. Nos reconoceremos y seguiremos adelante. No hay otro camino para la creación de toda índole. Pero esa individualidad que comporta nos delata ante los demás y nos pone en el disparadero de todos los mentideros del mundo. En tiempos postmodernos ya no nos salva de las garras de la ansiedad y el estrés mientras no se reúna con el egocentrismo que debía haber matado supuestamente, en su áscesis, para llegar a trascender. Ahora, por contra, es el propio egocentrismo su aliado en las alas del narcisismo para polucionar y ensuciar, a nuestro ego renovado y a los de los demás, en un camino de redención a contramano, hacia el fango y la codicia de lo oscuro; tesoros de nuestro tiempo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario