La
soledad es el estado adusto del hombre. Siempre trabaja, desde la
individualidad, y trascendiendo los pesares que nos puedan embargar, por
la felicidad y el reconocimiento (caso de no ser síntoma de un estado
de depresión). Desde los ángeles que nos sobrevuelan, trabajando en
soledad, se repliegan a tierra firme los sedimentos que alimentan
nuestro ego y los de los que nos rodean. Nos reconoceremos y seguiremos
adelante. No hay otro camino para la creación de toda índole. Pero
esa individualidad que comporta nos delata ante los demás y nos pone en
el disparadero de todos los mentideros del mundo. En tiempos
postmodernos ya no nos salva de las garras de la ansiedad y el estrés
mientras no se reúna con el egocentrismo que debía haber matado
supuestamente, en su áscesis, para llegar a trascender. Ahora, por
contra, es el propio egocentrismo su aliado en las alas del narcisismo
para polucionar y ensuciar, a nuestro ego renovado y a los de los demás,
en un camino de redención a contramano, hacia el fango y la codicia de
lo oscuro; tesoros de nuestro tiempo.
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