En los días que vivimos, tal parece como si la libertad democrática
fuera considerada como un salvoconducto para establecer una relación
entre iguales que se reconocen el derecho a atacarse sin piedad, aunque
con la ilusión inconfesa de no sobrepasar el límite de la destrucción de
su mutua igualdad. Esa ilusión vana del sumo igualitarismo es la que
conlleva la pérdida real de la libertad.
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