miércoles, 23 de noviembre de 2011

Ítaca lejana

El retorno a Itaca es siempre previsible, tan previsible que casi nunca llega a buen puerto. Que yo sepa, sólo Ulises volvió a Itaca, en circunstancias no demasiado felices. Pues bien yo volveré a Itaca, pondré mi pica en Flandes e izaré las banderas de rigor. Cuándo tendrá lugar el fausto acontecimiento no lo sé, ni lo he de saber sin condenarme pero tendrá lugar, tendrá lugar. Aquí en mi prisión, cabizbajo y meditabundo, discurro sobre los hechos de mi vida con una lucidez tan pasmosa que me apena y me tiene contrito. Sé que escaparé, que buscaré el rumbo y que me guiará la estrella correspondiente hasta Itaca.
Mi penosa situación actual se prolonga desde hace más de veinte años, con lo que, sin duda, no me queda mucho trecho por recorrer. Mis enemigos lograron encerrarme en mis pensamientos y obnubilaciones y desde entonces mi fantasía no tiene otro recorrido sino circular y siempre dependiente de sí misma. “Estoy aquí”, me digo, y ese es el basamento de mi meditar, de mi circular, de mi devenir. Sólo cuando alcance a moverme olfatearé a Itaca en la distancia. Mis cadenas son de hierro pero se pueden corroer, lo sé y lo sabré siempre.
Bienvenido Pérez sonrió, levemente feliz por haberse prodigado en semejantes pensamientos mientras trabajaba maquinalmente en su oficina. Una vez más el teorema de la compensación había sido puesto en práctica. Hundirse en las simas del pensamiento tenía como compensación salir a flote en la superficie real. Su vida transcurría tranquila, sin sobresaltos ni estímulos esforzados, simplemente era una balsa de aceite. A su alrededor enfermedades, ruina, desidia, maledicencia y temor circulaban sin espanto. Pero él constituía un centro, un vórtice fijo y naturalmente estable.
Cuando llegó a su casa, mentalmente febril sólo pensó en acostarse y descansar de la tensión de la mañana; sabía que media hora de reposo le devolvía a su ser, a su tranquilidad natural. Todo se desarrollaba como un reloj blando, su vida era un tic tac romo.
Esperaba que la vida le sonriera, pero con desidia que dirigía tanto a la vida como a sí mismo. Ese podría ser su lema: desidia a,a,a,a,ah, desidia, canturreándolo como en la conocida canción. Realmente no hacía nada por mejorar su condición pero el universo se concitaba para que avanzase, progresase, regularmente, hacia un destino imprevisible.
Sabía que volvería un día a Itaca.

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