El retorno
a Itaca es siempre previsible, tan previsible que casi nunca llega a
buen puerto. Que yo sepa, sólo Ulises volvió a Itaca, en circunstancias
no demasiado felices. Pues bien yo volveré a Itaca, pondré
mi pica en Flandes e izaré las banderas de rigor. Cuándo tendrá lugar
el fausto acontecimiento no lo sé, ni lo he de saber sin condenarme pero
tendrá lugar, tendrá lugar. Aquí en mi prisión, cabizbajo y
meditabundo, discurro sobre los hechos de mi vida con
una lucidez tan pasmosa que me apena y me tiene contrito. Sé que
escaparé, que buscaré el rumbo y que me guiará la estrella
correspondiente hasta Itaca.
Mi
penosa situación actual se prolonga desde hace más de veinte años, con
lo que, sin duda, no me queda mucho trecho por recorrer. Mis enemigos
lograron encerrarme en mis pensamientos y obnubilaciones y desde
entonces mi fantasía no tiene otro recorrido sino circular y siempre
dependiente de sí misma. “Estoy aquí”, me digo, y ese es el basamento de
mi meditar, de mi circular, de mi devenir. Sólo cuando alcance a
moverme olfatearé a Itaca en la distancia. Mis cadenas
son de hierro pero se pueden corroer, lo sé y lo sabré siempre.
Bienvenido
Pérez sonrió, levemente feliz por haberse prodigado en semejantes
pensamientos mientras trabajaba maquinalmente en su oficina. Una vez más
el teorema de la compensación había sido puesto en práctica.
Hundirse en las simas del pensamiento tenía como compensación salir a
flote en la superficie real. Su vida transcurría tranquila, sin
sobresaltos ni estímulos esforzados, simplemente era una balsa de
aceite. A su alrededor enfermedades, ruina, desidia, maledicencia
y temor circulaban sin espanto. Pero él constituía un centro, un
vórtice fijo y naturalmente estable.
Cuando
llegó a su casa, mentalmente febril sólo pensó en acostarse y descansar
de la tensión de la mañana; sabía que media hora de reposo le devolvía a
su ser, a su tranquilidad natural. Todo se desarrollaba como
un reloj blando, su vida era un tic tac romo.
Esperaba
que la vida le sonriera, pero con desidia que dirigía tanto a la vida
como a sí mismo. Ese podría ser su lema: desidia a,a,a,a,ah, desidia,
canturreándolo como en la conocida canción. Realmente no hacía
nada por mejorar su condición pero el universo se concitaba para que
avanzase, progresase, regularmente, hacia un destino imprevisible.
Sabía que volvería un día a Itaca.
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