Rescató la botella del mar. Contenía un grano de sal y una hoja de papel
cubierta de trazos desvahídos. Jugando, el perro la rompió contra las
rocas y se comió su contenido. Robinson Crusoe contemplaba la escena.
Horas después examinó las heces de su perro y se dijo, satisfecho, "No
queda nada". No sabía todavía que Viernes iba a curarle de su
misantropía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario