Siempre
somos seres imaginarios pues la imaginación no descansa y se toma como
modelo a sí misma. Si no dejamos de imaginar nunca alcanzaremos la
realidad a la que en forma hipócrita, a veces calificamos como "eterna" o
"infinita": no queremos reconocer que no estamos listos para ella y la
dotamos de esos atributos para emperifollarla patéticamente. Aquel que
alcanzase a percibir la realidad, se quedaría ciego, sordo y mudo y
ninguna simbólica Esfinge podría plantearle nunca más ningún acertijo.
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