sábado, 2 de enero de 2021

Érase que se era un señorío feudal, en unos valles pirenaicos, cuyo dominio compartían dos señores, uno eclesiástico (el poder temporal de la Iglesia ha sido proverbial, recordar al príncipe-arzobispo elector de Colonia, en cuya catedral deberían estar, si non e vero..., los mismos Reyes Magos), el obispo de la Seo de Urgel, y otro civil, el conde francés de Foix (los famosos Toulouse-Lautrec, uno de cuyos últimos vástagos fue el pintor inválido del mismo nombre). Pongamos que hablo de Andorra. Los dos co-príncipes tenían la soberanía de los valles. El primer cambio notorio fue la asunción por Napoleón del señorío francés en 18..En ese señorío se han sucedido todos los presidentes de la República franceses. El segundo cambio de importancia fue la muy reciente constitucionalización del Principado con el consiguiente tardío paso del Antiguo al Nuevo Régimen. Así que Andorra es una suerte de reloj histórico mal compuesto que da la hora, y los cuartos, mal que bien. Como siempre ha convenido a los andorranos que, cucos ellos, de siempre han sabido sacar buena tajada del asunto, haciéndose los remolones políticos para mejor medrar económicamente a la vera de la doble frontera franco-española. Sin necesidad ahora de bajar al ras de los cartones de tabaco de contrabando que por luengos años han cruzado a España, sí intentar hacer pasar lo antedicho por un modesto cuento de Navidad, en el que harían de Mr. Scrooge los probos andorranos y de espíritus de las Navidades los hados que en forma de señores feudales han sobrevolado el cotarro por siempre. Y así, colorín colorado este cuento tiene tanto porvenir como contante suena en los bolsillos de algunos.

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