miércoles, 13 de julio de 2022

En el siglo XIX fue famosa la querella que enfrentaba a los partidarios de Verdi y a los partidarios de Wagner. Pues bien, yo soy verdiano. En Verdi hay un mundo variado y caleidoscópico de aproximaciones a tipos humanos; y a cada uno se mimetizaba musicalmente el bueno de Verdi dando su puntada personal, eso sí. En cambio, Wagner... Wagner hace caso omiso de las diferencias humanas y todo lo fía a un solo Norte. También en música creo que es más sensato no poner todos los huevos en el mismo cesto. Yo, como auditor de ópera de Verdi me recreo pensando en cosas como el círculo como emblema del individuo (musical) en contraposición a la línea que se prolonga en la melodía que sigue un coro, por ejemplo y que, para mi, simboliza el contar historias, siempre distintas, que caracteriza al grupo humano, a la sociedad. Van de la mano ambos dos, claro, individuo y sociedad (también musicalmente). Verdi nunca disloca esa relación. Más castizamente, se acaba de vivir una Verbena de la Paloma, en Madrid, estos días últimos, donde cientos si no miles de historias, se han entrecruzado en sus calles y callejones. Yo, desde mi balcón-ventana, oteaba cada noche de refilón uno de los conciertos en la plaza de al lado. Gracias a Dios, vivo en la ataraxia a la que he llegado por vías que quizá hubieran escandalizado a los filósofos estoicos de épocas pretéritas. Y eso me permite, saltando siglos, seguir una moral kantiana, objetiva, esto es, sin premios ni castigos y así perdurar en mi ser, como decía el otro. Carpe diem, que no me quedan muchos.

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