lunes, 25 de marzo de 2024

Pintan bastos en la política. Cada vez hay más fanatismo, unido a una mengua de los valores éticos y a una desvalorización de la justicia. Creo que todo eso lo subsume el miedo ambiental que envuelve a la gente. Si la gente tiene miedo se encierra cada vez más en sí misma sin mucho margen para ponerse en el lugar del otro ni para preocuparse de que tengan las oportunidades y el trato justo que se merecerían en tanto sean nuestros semejantes. Y el miedo ambiental, generalizado, conlleva el egocentrismo pues no salimos de nosotros mismos y no vemos más allá, lo que en afectos se traduce en narcisismo. Todo lo anterior creo que tiene su basamento en el relativismo que impregna nuestra época. Relativismo que socava los valores familiares lo que conduce directamente al egocentrismo y narcisismo de cada uno. El relativismo se instauró en el arte desde principios del siglo XX, cuando el arte occidental renunció a la belleza porque esta es algo que todos perciben de inmediato de una manera similar con lo que tradicionalmente ha sido la piedra de toque del arte con valores absolutos propio de toda nuestra historia anterior. En muchos casos el emblema del arte con valores absolutos ha sido la curva, el arco, las volutas en todas sus formas. Porque la curva es sinónimo de belleza. Las líneas rectas y la geometría en general imperan desde la instauración del relativismo en el arte. Pero desde principios del siglo XX ha llovido mucho, y ya estamos en la tercera generación de artistas que beben del relativismo. Con lo que se instaura una forma de tradición, la tradición relativista. Y, quizá, estén empezando a surgir valores absolutos propios de quien sigue una tradición. Así, las curvas en la arquitectura como en el Guggenheim de Bilbao o en bastantes de los rascacielos de última hornada. Es una forma nueva de buscar belleza, no volviendo al pasado sino evolucionando hacia el porvenir. Son chispazos aquí y allá porque hay tantas tradiciones relativistas al menos como -ismos proliferaron. Y de cada una surgiría un acceso a la belleza diferente. Si el arte vuelve a ser mascarón de proa de la ideología occidental puede que nos salvemos todavía del pregonado retorno a una Edad Media que tantos agoreros vaticinan.

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