viernes, 21 de noviembre de 2014
En
el mundo en que vivimos el yo es narcisista, se ve tan bello reflejado
en el espejo, pues yo subjetivo y realidad objetiva no se reflejan
especularmente, como en la premodernidad pero el yo subjetivo ni
siquiera intenta oponerse al mundo, como en la modernidad. Porque se
eleva un espejo entre su conciencia, que bien mirado puede que resida en
alguna medida en las redes sociales, y su subjetividad, espejo en el
que se está constantemente admirando. No puede ser de otra manera, en lo
virtual nos convertimos en insectos sociales, cada uno de nosotros
adscrito a una célula que está en sincronía inmediata con cientos de
otras células. Y hay una suprasubjetividad, la de la colmena, que
subsume todas las individualidades parciales. Para transitar entre
subjetividad y suprasubjetividad acudimos a un ardid. Colocamos un
espejo ante nosotros y lo que creemos que somos nosotros en la red: un
individuo. Pero en realidad sólo somos una brizna de algo mayor. Y esa
mirada en el espejo provoca un cortocircuito al no corresponder a nada
real. En ese trance constantemente narcisista, cortocircuitado, cuando
como si al desgaire no mirásemos, nos atrapa la suprasubjetividad. Y así
somos plenamente animales de colmena. El yo narcisista es el yo que
está enamorado del amor, no de una persona y vive, vivimos, ofuscados.
No podemos aspirar a ser libres en el amor, creo yo, sino que somos
ilusos en el amor.
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