Del
cero al infinito
Cuando
yo era un crío, fue un éxito de ventas un libro titulado “El
varón domado”, de Esther Vilar. Yo no lo leí, no recuerdo bien si
entró en casa, ocupando pues un lugar en la parca biblioteca de mis
padres, que yo profanaba desde los trece años en busca de excitantes
propios de la edad.
En
los 70´s españoles, bien que barceloneses, supongo que no pasaría
de mera boutade, dada la situación legal y real de la mujer
entonces.
No
tengo más que recordar a mi madre, que dejó de trabajar cuando se
casó, y se convirtió así en rehén de su marido, mi padre, por el
resto de sus días.
Al
principio supongo que le vino hasta bien quedarse en casa y cuidar de
la prole que en sucesivas oleadas iba encallando a sus pies.
Pero
ya cuando yo tenía trece años la cosa pintaba de muy otro color. A
mi padre le airearon el lío que tenía entre manos en aquel momento
y mi madre se hizo añicos.
En
fin...cosas del final del franquismo que impuso una minoría de edad
perpetua a la mujer.
(Recuerdo
bien que el estado de guerra declarado entre mis padres pasó de
guerra caliente a guerra fría cuando mi padre, en su exilio
abuhardillado del domicilio familiar, se convenció de que nadie
mejor que mi madre para que le lavara, y planchara, la ropa)
Pero
pasó el tiempo y veinticinco años después, la situación de la
mujer española había cambiado radicalmente.
Ya
no sólo se trataba de que la igualdad legal en derechos y
obligaciones con el varón se hubiera impuesto, sino que, desde
ópticas feministas cada vez con mayor capacidad de convocatoria, se
propugnasen medidas positivas para establecer, al menos, la igualdad
real de la situación de varones y féminas.
El
punto de inflexión, supongo, se produjo con las leyes del gobierno
Zapatero. A partir de ahí, la mujer en España pasó a la categoría
de vaca sagrada.
Entiéndaseme
bien, el cuerpo de la mujer se convirtió en inviolable y la mujer
pasó a detentar, en ciertas cuestiones, la supremacía legal
respecto del varón.
Un
buen indicador de lo que estoy diciendo ha sido durante todo este
último periodo de la vida española la cuestión de las muertes de
mujeres por violencia de género o machista.
Sólo
se puede comparar la amplitud de la difusión y la contumacia en el
dato con la que se dio quince años antes, pero durante un tiempo
mucho menor, a la difusión de las cifras de muertes por SIDA.
En
ambos casos se trataba de acongojar y hacer crujir los dientes a la
sociedad entera española.
Respecto
de la violencia de género, sólo habré de decir dos cosas. Tenemos
el índice de violencia de género -muertes sexistas de mujeres a
manos de hombres- de los más bajos de Europa, si no el más bajo. Y
comparándonos por ejemplo con Noruega, donde hay más de 2000
muertes de mujeres por este motivo con una población de cuatro
millones, creo recordar; sale a 200 veces la proporción sobre las 68
muertes españolas al año, con una población de 47.
Este
me parece un indicador fiable de la situación mediática y social en
la que nos encontramos.
La
sociedad española se ha vuelto de las más permeables del mundo a la
concienciación sobre estos hechos.
Me
parece muy bien, dado el nivel bajísimo en términos morales y
éticos del que partíamos no hace mucho.
Pero
quiero llamar la atención sobre los riesgos de no retorno que se
pueden producir en relativamente poco tiempo si seguimos por este
camino.
Quiero
decir que podemos encontrarnos con una cada vez más profunda sed de
hacer realidad los augurios de la buena de Esther Vilar en sus
libros, como aquel “El varón domado”.
Este
cambio de óptica y de percepción sociales afecta tanto a los
varones como a las mujeres, quiero recalcarlo una vez más.
Y
traigo a colación un libro de la misma época, año arriba, año
abajo, “Mundo macho”, de Terenci Moix.
Aquí
se desatan las fantasías y delirios homosexuales de la época,
finales de los sesenta, en una utopía social conocida como el Mundo
Macho.
Un
mundo sólo poblado por varones, adoradores de la sangre derramada en
torturas y crueldades extremas que se infligen los unos a los otros.
En
medio de una escenografía barroca de cartón piedra donde se mezclan
abigarramientos estéticos de épocas diversas, cuanto más
grandilocuentes, mejor.
¿Y
la mujer en el Mundo Macho? Relegada a las cuevas del borde del
desierto que rodea a tan feraz civilización, que son inseminadas una
vez al año para renovar el género (masculino).
Estas
mujeres se convierten en sagradas cuando en sus vientres germina el
fruto, hasta el momento del parto.
Cuando
los varones nacidos son retirados a sus madres y enviados a las casas
colectivas donde se les adiestrará y enseñará adecuadamente para
sus futuros destinos en la escala social.
Mundo
macho es el inverso cuasi perfecto de la sociedad española actual.
La
clave está en la sacralización de las madres gestantes, en aquel, y
de las mujeres en general, en esta.
Lo
dejo aquí.
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