sábado, 7 de abril de 2018








Del cero al infinito

Cuando yo era un crío, fue un éxito de ventas un libro titulado “El varón domado”, de Esther Vilar. Yo no lo leí, no recuerdo bien si entró en casa, ocupando pues un lugar en la parca biblioteca de mis padres, que yo profanaba desde los trece años en busca de excitantes propios de la edad.

En los 70´s españoles, bien que barceloneses, supongo que no pasaría de mera boutade, dada la situación legal y real de la mujer entonces.

No tengo más que recordar a mi madre, que dejó de trabajar cuando se casó, y se convirtió así en rehén de su marido, mi padre, por el resto de sus días.

Al principio supongo que le vino hasta bien quedarse en casa y cuidar de la prole que en sucesivas oleadas iba encallando a sus pies.

Pero ya cuando yo tenía trece años la cosa pintaba de muy otro color. A mi padre le airearon el lío que tenía entre manos en aquel momento y mi madre se hizo añicos.

En fin...cosas del final del franquismo que impuso una minoría de edad perpetua a la mujer.

(Recuerdo bien que el estado de guerra declarado entre mis padres pasó de guerra caliente a guerra fría cuando mi padre, en su exilio abuhardillado del domicilio familiar, se convenció de que nadie mejor que mi madre para que le lavara, y planchara, la ropa)

Pero pasó el tiempo y veinticinco años después, la situación de la mujer española había cambiado radicalmente.

Ya no sólo se trataba de que la igualdad legal en derechos y obligaciones con el varón se hubiera impuesto, sino que, desde ópticas feministas cada vez con mayor capacidad de convocatoria, se propugnasen medidas positivas para establecer, al menos, la igualdad real de la situación de varones y féminas.

El punto de inflexión, supongo, se produjo con las leyes del gobierno Zapatero. A partir de ahí, la mujer en España pasó a la categoría de vaca sagrada.

Entiéndaseme bien, el cuerpo de la mujer se convirtió en inviolable y la mujer pasó a detentar, en ciertas cuestiones, la supremacía legal respecto del varón.

Un buen indicador de lo que estoy diciendo ha sido durante todo este último periodo de la vida española la cuestión de las muertes de mujeres por violencia de género o machista.

Sólo se puede comparar la amplitud de la difusión y la contumacia en el dato con la que se dio quince años antes, pero durante un tiempo mucho menor, a la difusión de las cifras de muertes por SIDA.

En ambos casos se trataba de acongojar y hacer crujir los dientes a la sociedad entera española.

Respecto de la violencia de género, sólo habré de decir dos cosas. Tenemos el índice de violencia de género -muertes sexistas de mujeres a manos de hombres- de los más bajos de Europa, si no el más bajo. Y comparándonos por ejemplo con Noruega, donde hay más de 2000 muertes de mujeres por este motivo con una población de cuatro millones, creo recordar; sale a 200 veces la proporción sobre las 68 muertes españolas al año, con una población de 47.

Este me parece un indicador fiable de la situación mediática y social en la que nos encontramos.

La sociedad española se ha vuelto de las más permeables del mundo a la concienciación sobre estos hechos.

Me parece muy bien, dado el nivel bajísimo en términos morales y éticos del que partíamos no hace mucho.

Pero quiero llamar la atención sobre los riesgos de no retorno que se pueden producir en relativamente poco tiempo si seguimos por este camino.

Quiero decir que podemos encontrarnos con una cada vez más profunda sed de hacer realidad los augurios de la buena de Esther Vilar en sus libros, como aquel “El varón domado”.

Este cambio de óptica y de percepción sociales afecta tanto a los varones como a las mujeres, quiero recalcarlo una vez más.

Y traigo a colación un libro de la misma época, año arriba, año abajo, “Mundo macho”, de Terenci Moix.

Aquí se desatan las fantasías y delirios homosexuales de la época, finales de los sesenta, en una utopía social conocida como el Mundo Macho.

Un mundo sólo poblado por varones, adoradores de la sangre derramada en torturas y crueldades extremas que se infligen los unos a los otros.

En medio de una escenografía barroca de cartón piedra donde se mezclan abigarramientos estéticos de épocas diversas, cuanto más grandilocuentes, mejor.

¿Y la mujer en el Mundo Macho? Relegada a las cuevas del borde del desierto que rodea a tan feraz civilización, que son inseminadas una vez al año para renovar el género (masculino).

Estas mujeres se convierten en sagradas cuando en sus vientres germina el fruto, hasta el momento del parto.

Cuando los varones nacidos son retirados a sus madres y enviados a las casas colectivas donde se les adiestrará y enseñará adecuadamente para sus futuros destinos en la escala social.

Mundo macho es el inverso cuasi perfecto de la sociedad española actual.

La clave está en la sacralización de las madres gestantes, en aquel, y de las mujeres en general, en esta.

Lo dejo aquí.

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