La
secta
Las
hazañas bélicas no cesan de incrementarse en el imaginario
colectivo de nuestras sociedades.
Desde
el último gol de Messi (o de Cristiano), hasta la última fuga de
cerebros en Cataluñya, pasando por la más reciente masacre de algún
instituto norteamericano.
Nuestras
sociedades viven, aspiran el oxígeno, de los pelotazos que
proporcionan las hazañas bélicas que se (nos) propinamos.
Es
bien cierto que la vida sería mucho más aburrida sin esos chutes
casi continuos de adrenalina mediática.
Pero
también tendríamos unas sociedades más proclives a la virtud de la
paciencia, tan loada y tan escasa por nuestros lares.
La
paciencia es una gran virtud, muchas veces menoscabada, que,
individual y colectivamente, llenaría de templanza y atemperaría
las bruscas oscilaciones cardiovasculares a que nos sometemos.
Una
persona paciente, sabe controlar los tiempos y los movimientos de su
vida y de su entorno, prolongando los buenos momentos y mitigando los
malos, tomando buena nota de los déficits, carencias y necesidades y
proveyendo sus antídotos.
También
son personas menos influenciables por la volatilidad del entorno y la
chamusquina ambiental. Por eso, supongo, no se predica en ningún
medio conocido la bonanza de la paciencia.
Se
cuentan a cuentagotas las gotas de paciencia que fecundan el terreno
hostil de nuestras vidas y vivencias.
Pero
no tenemos nada mejor que hacer que manotear con aspavientos en el
aire y delante de las caras de nuestros semejantes para contribuir a
mantener como polvo en suspensión la polvareda mediática habitual.
Somos
bípedos implumes de vuelo gallináceo, ese parece ser nuestro sino y
destino en este mundo.
Tal
parece ser que la mejor manera de proveer a nuestras necesidades
fuera soplar para avivar el fuego de la fogata de nuestras vanidades
(que siempre está ardiendo).
La
cortina de humo que eleva nos impide vislumbrar más allá de
nuestras narices, lo que siempre viene bien a los formadores de
opinión, pues cuanto más cortos de miras seamos, más fácilmente
podrán crear un horizonte plausible para nosotros.
Al
contrario, las personas pacientes tienen una larga vista y visión
amplificada, pues su costumbre de demorar y esperar a las mejores
ocasiones dilata grandemente su horizonte temporal y visual.
Pero
las hazañas bélicas tienen todos los visos de ganar la batalla de
este primer tercio de siglo XXI, llenando nuestras miradas de
imágenes a cual más terrorífica y sesgada, al tiempo que nos
permiten aclamar a nuestros ídolos con gritos de guerra proferidos a
tambor batiente.
Ya
no son tiempos de sectas, como la pitagórica, que floreció en
alguna ciudad del sur de Italia, la Magna Grecia (¿Crotona,
Agrigento...?). Allí, las magistraturas de la ciudad estaban siendo
ocupadas por los pitagóricos.
Gentes
de semblante triste, oscuras vestiduras y célibes o abstinentes en
su mayoría. Cuando la gente de la ciudad se dio cuenta de la
situación, no tomó el rábano por las hojas.
Se
organizó una razzia nocturna persiguiendo a todos los pitagóricos y
se cuenta que el propio Pitágoras escapó corriendo campo a través
de un sembrado de habas.
Conocida
era la aversión que sentía por la tal mata de habas, no se sabe
bien por qué. El caso es que se negó a que su cuerpo las rozase
echándose contra el suelo para ocultarse y salvar su vida.
El
pueblo de la ciudad le encontró erguido y le mató.
¿Desde
cuando llevamos una vida de sectario sin secta?
Las
vidas contemporáneas nos llevan a considerar el plantío de
aberraciones noticiosas como un mullido colchón sobre el que
posarnos, a diario, para resguardarnos de las inclemencias de hogaño.
No
renunciamos a nada, hablando en términos de hedonismo, y así
practicamos una templanza y abstinencia a la inversa, en espejo,
metáfora esta tan característica de nuestra época.
Practicamos,
eso sí, la uniformidad pensante más absoluta y cerrada, esto es,
nos uniformamos rigurosamente de luto de pensar.
Y
caminamos por las calles con semblante hosco, cuando no peregrino y
desencajado.
Nadie
nos quiere matar. Esperan a que muramos de muerte natural o
accidental para otorgarnos algo de la paciencia que en vida no hemos
sabido poseer.
Somos
sectarios sin remedio.
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