domingo, 22 de abril de 2018








La secta

Las hazañas bélicas no cesan de incrementarse en el imaginario colectivo de nuestras sociedades.

Desde el último gol de Messi (o de Cristiano), hasta la última fuga de cerebros en Cataluñya, pasando por la más reciente masacre de algún instituto norteamericano.

Nuestras sociedades viven, aspiran el oxígeno, de los pelotazos que proporcionan las hazañas bélicas que se (nos) propinamos.

Es bien cierto que la vida sería mucho más aburrida sin esos chutes casi continuos de adrenalina mediática.

Pero también tendríamos unas sociedades más proclives a la virtud de la paciencia, tan loada y tan escasa por nuestros lares.

La paciencia es una gran virtud, muchas veces menoscabada, que, individual y colectivamente, llenaría de templanza y atemperaría las bruscas oscilaciones cardiovasculares a que nos sometemos.

Una persona paciente, sabe controlar los tiempos y los movimientos de su vida y de su entorno, prolongando los buenos momentos y mitigando los malos, tomando buena nota de los déficits, carencias y necesidades y proveyendo sus antídotos.

También son personas menos influenciables por la volatilidad del entorno y la chamusquina ambiental. Por eso, supongo, no se predica en ningún medio conocido la bonanza de la paciencia.

Se cuentan a cuentagotas las gotas de paciencia que fecundan el terreno hostil de nuestras vidas y vivencias.

Pero no tenemos nada mejor que hacer que manotear con aspavientos en el aire y delante de las caras de nuestros semejantes para contribuir a mantener como polvo en suspensión la polvareda mediática habitual.

Somos bípedos implumes de vuelo gallináceo, ese parece ser nuestro sino y destino en este mundo.

Tal parece ser que la mejor manera de proveer a nuestras necesidades fuera soplar para avivar el fuego de la fogata de nuestras vanidades (que siempre está ardiendo).

La cortina de humo que eleva nos impide vislumbrar más allá de nuestras narices, lo que siempre viene bien a los formadores de opinión, pues cuanto más cortos de miras seamos, más fácilmente podrán crear un horizonte plausible para nosotros.

Al contrario, las personas pacientes tienen una larga vista y visión amplificada, pues su costumbre de demorar y esperar a las mejores ocasiones dilata grandemente su horizonte temporal y visual.

Pero las hazañas bélicas tienen todos los visos de ganar la batalla de este primer tercio de siglo XXI, llenando nuestras miradas de imágenes a cual más terrorífica y sesgada, al tiempo que nos permiten aclamar a nuestros ídolos con gritos de guerra proferidos a tambor batiente.

Ya no son tiempos de sectas, como la pitagórica, que floreció en alguna ciudad del sur de Italia, la Magna Grecia (¿Crotona, Agrigento...?). Allí, las magistraturas de la ciudad estaban siendo ocupadas por los pitagóricos.

Gentes de semblante triste, oscuras vestiduras y célibes o abstinentes en su mayoría. Cuando la gente de la ciudad se dio cuenta de la situación, no tomó el rábano por las hojas.

Se organizó una razzia nocturna persiguiendo a todos los pitagóricos y se cuenta que el propio Pitágoras escapó corriendo campo a través de un sembrado de habas.

Conocida era la aversión que sentía por la tal mata de habas, no se sabe bien por qué. El caso es que se negó a que su cuerpo las rozase echándose contra el suelo para ocultarse y salvar su vida.

El pueblo de la ciudad le encontró erguido y le mató.

¿Desde cuando llevamos una vida de sectario sin secta?

Las vidas contemporáneas nos llevan a considerar el plantío de aberraciones noticiosas como un mullido colchón sobre el que posarnos, a diario, para resguardarnos de las inclemencias de hogaño.

No renunciamos a nada, hablando en términos de hedonismo, y así practicamos una templanza y abstinencia a la inversa, en espejo, metáfora esta tan característica de nuestra época.

Practicamos, eso sí, la uniformidad pensante más absoluta y cerrada, esto es, nos uniformamos rigurosamente de luto de pensar.

Y caminamos por las calles con semblante hosco, cuando no peregrino y desencajado.

Nadie nos quiere matar. Esperan a que muramos de muerte natural o accidental para otorgarnos algo de la paciencia que en vida no hemos sabido poseer.

Somos sectarios sin remedio.


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