La felicidad, en otoño, es siempre dorada. Se da de hito en hito, mojones que marcan metas secundarias y desde las que oteamos la ruta recorrida y hacemos balance, provisional ¿como no?, de lo bueno y de lo malo recogido, y, en un instante mágico, decidimos ser felices, o no, por un rato más. El fulgor de la felicidad en otoño nos da la luz necesaria para iluminar los tramos, ya escabrosos, que nos queden por delante.
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