Amaestrar monstruos es la dicha de la razón. Sólo lo consigue en pleno sueño. Los adiestra así con tino y mimo. Lástima que tenga que despertar -algunas veces-. Cosa que ni los monstruos ni ella saben cuando ocurrirá, pero que los primeros aprovechan para escapar, con los consiguientes sustos.
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