miércoles, 4 de enero de 2023

Ayer escuchaba echado en el sofá, la primera parte de la Pasión según San Mateo, de Bach, y se me ocurría entre otras divagaciones que si se ha dicho muchas veces que la música de Bach tiene un trasfondo matemático, ¿por qué no atribuirle también una función de brújula vital? Sí, escuchando uno de sus primeros corales pensé que esa parsimonia musical, esa estolidez, esa austeridad, podrían ser una forma de situarnos, - sin la suntuosidad y riqueza del amparo divino -, por medio de tres trazos musicales, en una identidad nueva para la época, la de hombres tout court, no ya criaturas divinas, criaturas de Dios, sino hombres y mujeres a punto, a punto, de emprender su camino vital. En efecto, esa es la impresión que me llevé, ya digo, recostado en el sofá con mi mantita, homo qualunque del siglo XXI. Bach como modelizador del ser humano moderno. Ya luego, en el clasicismo, vendría lo de echarnos al camino sin mirar mucho al pasado que es el emblema de lo divino para el hombre, pues si el presente y el futuro son el reino de lo desconocido, el pasado es lo perfeccionado, metáfora del conocimiento perfecto que tiene Dios. Bach, todavía de cara al pasado, nos recrea con una identidad independiente. En realidad, pensaba, Bach no es sólo matemático, sino también geógrafo - brújula en mano - y, sobre todo, científico en general, pues creo que esa época es la primera en que la ciencia, que es acumulación de conocimiento cierto, se utiliza para dar autonomía al ser humano respecto a Dios. En la Pasión, Bach se sirve de una suerte de cómic teológico para, todavía impetrando la misericordia divina, dar cancha al hombre, aun a riesgo de devenir motivo de irrisión.

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