sábado, 24 de diciembre de 2022

Todos los días laborables, de lunes a viernes, abordo el metro para trasladarme desde el centro de Madrid, donde vivo, hasta Carabanchel, en el suroeste de la ciudad. Tardo media hora en hacer el trayecto, sin transbordos. Ya son como 20 años que llevo haciéndolo. Gran Vía, Callao, Ópera, La Latina, Puerta de Toledo...van sonando al pasar mientras ando enfrascado en la lectura de un libro, de papel, que me permite recitar mantras y conjuros a cada frase leída..."Tucídides que escribió unos 50 años con posterioridad a Heródoto...". Me diréis: ¿y con qué frecuencia pecas, hijo? Y yo respondo: A cada lectura de un nuevo libro (a cada mes, más o menos) vuelvo a empezar la construcción de un personaje virtual, Padre. Soy, en el ínterin, en el metro, lo que las páginas que voy pasando me dicen que sea. Pues ahí soy solamente espíritu, que no carne. La carne se queda embutida en sus ropas y zapatos, rígida o semi-rígida en el asiento corrido para no invadir el espacio personal ajeno, mientras el espíritu vuela a cada nueva línea de mi correspondiente libro. Así que un historiador griego clásico, bastante escéptico ya, me posee mientras suena el gong de las oraciones. Acacias, Pirámides, Marqués de Vadillo, Urgel...Enlatado en el metro, se puede decir que me sirven como platillo de servicio en Oporto, Vista Alegre y Carabanchel...Ahí ya emerjo a la superficie y ahora en invierno, al salir paso por delante de un puesto móvil de churros que no me tienta nada, nada. Remojar el churro en chocolate espeso me reharía el estómago pero, qué queréis, prefiero el espíritu y sus hambres de grandes espacios. Por cierto, al caminar por Camino de los Ingenieros saludo a cotorras, gorriones y palomas que muchas veces, burlones, me pían en toda la testa. Cuando llego a la puerta de mi recinto, no leo, como antaño sobre el dintel, "Aquel que lo traspase, pierda toda esperanza". Sí, soy perro, un poco más viejo.

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