miércoles, 9 de agosto de 2023

Sí, el verano está acabado...(lo puedo seguir diciendo por lo menos un mes y medio más). Ejem, ejem... pues sí, llevo 11 días en la rutina trabajosa, empeñosa del laborar y descansar. Y esta tarde, echado en el sofá, escuchando el concierto de la tarde, he sentido que se ajustaba un caleidoscopio inflado en tres dimensiones por el calor. Me he sentido, entre el verde de las plantas que se dignan vivir entre mis cuatro paredes, el brillo del polvo que flota tocado por el sol, y las sombras chinescas de la pared (espectáculo que siempre me asombra el de las sombras semovientes en la pared), me he sentido, digo, integrado, engarzado en mi entorno que me arropa. Como soy misántropo, como ya sabéis, mi entorno no son otras personas - al menos en el lapso de la tarde -, sino, como digo, plantas, luz y sombra. Y ese a modo de caleidoscopio me ha hecho sentirme, una vez más, en casa. Sí, en casa conmigo mismo, y qué queréis, ha sido una sensación placentera. Como si el déficit de energía que acumulo en la mañana laboral me hiciese darme cuenta del precio, que pago gustosamente, del descanso vespertino. Y lo que tiene precio se valora, justamente. Esa es la pequeña diferencia, para mi, entre el vacar del verano y el holgar que acaba dando el trabajo. Si fuera un perro, diría que es la diferencia entre andar vestido de casa - cubierto solo con mi pelaje - y vestirme para salir a la calle - o sea, ponerme el collar o el arnés -. Los perros saben vivir...

No hay comentarios:

Publicar un comentario