A cuenta del post de hoy de Claudio Fabián paso a hacer algunas glosas. Valorar a una persona próxima es como abrir una ventana para entrar en su intimidad. Valorar es querer con argumentos, aunque estos no estén explicitados, pero podrían estarlo dado el caso.
El valor de una persona viene implícito en su aprecio, en su trato y en la forma en que comparte nuestra vida. Valorar es tasar, y tasar bien es dar la importancia precisa a lo que la tiene.
El peso de esa persona es lo que hace equilibrar la balanza afectiva, así que uno mismo debe pesar lo suficiente en el otro platillo para que no se descompense. Tanto vales, tanto valgo, es el axioma del buen afecto.
martes, 6 de agosto de 2019
Publicado en Facebook por Claudio Fabián:
El cerebro no puede valorar en profundidad a todas las personas con las que interactuamos. A la mayoría más o menos las clasificamos de un modo automático, casi por intuición. Sería una pérdida de energía enorme evaluar afectivamente al camarero del bar, al chofer del bus, los vecinos, a todas las compañeras del trabajo, etc.
El cerebro agudiza la capacidad de valorar para las pocas personas que tenemos cerca en nuestra vida afectiva personal, con quienes hay un sano vínculo emocional o convivencia.
Esto se puede ver distorsionado en la personalidad egoísta o narcisista, que solo se valora a sí misma, y no le queda energía para valorar a otros.
El cerebro no puede valorar en profundidad a todas las personas con las que interactuamos. A la mayoría más o menos las clasificamos de un modo automático, casi por intuición. Sería una pérdida de energía enorme evaluar afectivamente al camarero del bar, al chofer del bus, los vecinos, a todas las compañeras del trabajo, etc.
El cerebro agudiza la capacidad de valorar para las pocas personas que tenemos cerca en nuestra vida afectiva personal, con quienes hay un sano vínculo emocional o convivencia.
Esto se puede ver distorsionado en la personalidad egoísta o narcisista, que solo se valora a sí misma, y no le queda energía para valorar a otros.
lunes, 5 de agosto de 2019
sábado, 3 de agosto de 2019
La pequeña isla de los Faisanes en el río Bidasoa, frontera natural entre España y Francia es famosa sobre todo por el hecho de que allí, en territorio neutral, se celebrara el encuentro entre Luis XIV y Felipe IV, de resultas de la Paz de los Pirineos. El encuentro se celebró en una gran tienda situada en el centro de la isla. Felipe IV iba acompañado por la infanta María Teresa, su hija, que iba a contraer matrimonio con Luis XIV.
En esa época, los territorios estaban todavía simbólicamente adscritos a las personas de los soberanos y de su familia. Así, la infanta fue despojada de sus vestiduras españolas y de cualquier otro objeto antes de ser revestida de las pompas francesas. No podía portar nada español en su nueva vida pues ello hubiera significado una injerencia diplomática o, peor aún, el estado de guerra por la introducción de un pequeño ejército de enseres español en Francia.
Actualmente, de resultas de un tratado de 1856, dos virreyes, uno español y uno francés, se reparten alternativamente el dominio de la isla de los Faisanes cada seis meses. El cargo de virrey tiene competencias legislativas y ejecutivas a lo largo del Bidasoa y de su desembocadura.
La infanta, luego reina, María Teresa, fue despojada de todo y convertida durante un instante en paria de la Tierra en esa isla. Fue reducida a la nada para que pudiese pasar del cero al infinito por la magnanimidad del que iba a ser su marido, y rey. Es curioso que ese lugar, sea hoy un sistema de ecuaciones diferenciales que pasa, por así decir, de un punto medio al cero y otra vez a un punto medio. Podría hablarse en cierto modo, de una herencia de la infanta, que se ha puesto al día cuando ya no hay absolutos políticos y sí aurea mediocritas.
En esa época, los territorios estaban todavía simbólicamente adscritos a las personas de los soberanos y de su familia. Así, la infanta fue despojada de sus vestiduras españolas y de cualquier otro objeto antes de ser revestida de las pompas francesas. No podía portar nada español en su nueva vida pues ello hubiera significado una injerencia diplomática o, peor aún, el estado de guerra por la introducción de un pequeño ejército de enseres español en Francia.
Actualmente, de resultas de un tratado de 1856, dos virreyes, uno español y uno francés, se reparten alternativamente el dominio de la isla de los Faisanes cada seis meses. El cargo de virrey tiene competencias legislativas y ejecutivas a lo largo del Bidasoa y de su desembocadura.
La infanta, luego reina, María Teresa, fue despojada de todo y convertida durante un instante en paria de la Tierra en esa isla. Fue reducida a la nada para que pudiese pasar del cero al infinito por la magnanimidad del que iba a ser su marido, y rey. Es curioso que ese lugar, sea hoy un sistema de ecuaciones diferenciales que pasa, por así decir, de un punto medio al cero y otra vez a un punto medio. Podría hablarse en cierto modo, de una herencia de la infanta, que se ha puesto al día cuando ya no hay absolutos políticos y sí aurea mediocritas.
viernes, 2 de agosto de 2019
jueves, 1 de agosto de 2019
Muchas pequeñas y medianas editoriales españolas han ido desapareciendo con el correr de los años. Me acuerdo ahora de Tusquets, fundada por Esther Tusquets, que era escritora también. Y leí un par de novelas suyas. Me gustaron.
Hace treinta o treinta y cinco años me dijeron que yo escribía como ella. Me sorprendí un instante. Era la de Tusquets una escritura prieta conceptualmente y algo ceñuda. Sí, me reconocí.
Yo soy (yo fui) Esther Tusquets, como decía Flaubert que él era Mme. de Bovary. Aunque lo mío tenía otro mérito, o no, mimetizarme como el mar de todos los veranos con una persona real. ¿Quién era la sombra de quién? Seguramente yo era sombra y Esther era luz. Sí, seguro.
Hace treinta o treinta y cinco años me dijeron que yo escribía como ella. Me sorprendí un instante. Era la de Tusquets una escritura prieta conceptualmente y algo ceñuda. Sí, me reconocí.
Yo soy (yo fui) Esther Tusquets, como decía Flaubert que él era Mme. de Bovary. Aunque lo mío tenía otro mérito, o no, mimetizarme como el mar de todos los veranos con una persona real. ¿Quién era la sombra de quién? Seguramente yo era sombra y Esther era luz. Sí, seguro.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)