La
secuencia de ignición se inició al levantar la mano para preguntar al
orador de esa noche sobre las terribles consecuencias de la guerra
intestina entre significante y significado (tengo mi vena dramática, qué
le vamos a hacer). En un rápido encadenamiento, un fogonazo de
electricidad estática recorrió mi brazo alzado como un pararrayos y fue a
dar a los ojos del conferenciante, lo que dio comienzo a una segunda
secuencia de ignición. Entrelazadas como las dos guías de una secuencia
helicoidal de ADN, dieron lugar a noches, y noches y más noches de otros
tantos días de nuestras ya plausibles vidas.
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