Quiero recordar aquí otras puertas que se han abierto, o cerrado, en mi vida. La puerta del ascensor, que casi nunca ha sido automática, y que me permite iniciar un viaje ascendente, o descendente, pero puramente laico. La puerta de la cocina, que recuerdo siempre abierta, no sé por qué. La puerta de mis sueños, que hace años está cerrada casi por completo a cal y canto. Ah, y la puerta de la vida, que no sé nunca si está abierta, cerrada o entornada pero que me permite viajar fundamentalmente alrededor de la nada, y así sea.
Mis puertas son porosas, dulcemente transpiran y se comban o abomban casi, casi, con la fuerza de mi respiración (inspiración, expiración). Nunca han representado un obstáculo mayor para mi.
A diferencia de esas puertas, para el creyente cristiano hay una Puerta que se abre o se cierra, inapelablemente, al son de gaitas celestiales.
Yo no tengo ninguna duda de con qué puertas quedarme. Y mis puertas son, casi todas ellas, solitarias y seguras en su dispositivo.
No quiero hacer comparaciones...
Ali-Baba abriría su puerta con una invocación, yo no tengo poder de convicción, ni quiero molestar a nadie.
No hay comentarios:
Publicar un comentario